Los Papas se equivocan
El concilio de Constantinopla III (681) condenó al Papa Honorio por negarle una voluntad humana a Cristo. Recortaba su humanidad. Un Cristo así concebido no habría sido un ser humano capaz de discernir su camino a Dios como debe hacerlo cualquier cristiano.
El Papa Bonifacio VIII le aserruchó el piso al Papa Celestino. Lo obligó a renunciar.
El Papa Julio II emprendió la guerra contra Francia. ¡Qué hace un Papa lanza en ristre!
El Papa Pío IX condenó a quienes postulaban la libertad de culto. El Estado, según él, solo debía admitir una única religión, la católica. El Vaticano II lo habría condenado a él. Este Concilio innovó en la doctrina. Admitió la libertad religiosa. Pero sería un anacronismo condenar a Pío IX a posteriori. Los tiempos cambian. Es un error que la Iglesia no cambie con los tiempos.
Todos los Papas han debido confesarse. Dudo que alguno no se haya considerado pecador.
Pablo VI se equivocó.
Juan Pablo II declaró líder de juventudes a Marcial Maciel. Mal. Lo engañaron. Hicieron que se equivocara.
Benedicto XVI puso remedio al error anterior. Redujo a Maciel. Pero se equivocó en Aparecida (2007): enalteció la llegada del cristianismo con la Conquista de América. A los diez días tuvo que dar explicaciones.
El Papa Francisco, según los chilenos, no debió hablar del mar en Bolivia. Se esperaba que no lo hiciera. Sus propios consejeros diplomáticos han debido decirle que mejor que no. Pero este Papa es muy libre.
Se salta los protocolos. No se deja presionar. Ha hablado del mar justo cuando se revisa un tema en La Haya.
¿No sabe que Chile ha querido establecer relaciones diplomáticas con Bolivia y es Bolivia que no ha querido? ¿Alguien le dijo que si insinuaba una solución justa en favor nuestros vecinos cerraba las puertas a convertirse a futuro en un mediador entre los dos país, como lo fue Juan Pablo II en el diferendo con Argentina? Se perdió esta posibilidad. Un error. ¿Uno o varios errores?
Pero también cabe la posibilidad de que Francisco no se haya equivocado. Tal vez los chilenos no hemos prestado suficiente atención a la opinión que tienen los demás países sobre nosotros. Decimos que los tratados no se tocan. Este es el quicio del derecho internacional. Tocarlos podría llevar el planeta al caos. Sí, pero el derecho cambia. Otras fuentes nutren la idea, la actual de justicia.
El Papa ha dicho que no es injusto que Bolivia reclame. Hoy no se puede insistir tan fácilmente en que las guerras generen títulos de dominio justos. Puede ser que la apelación del Papa sea profética como otras muchas suyas. El profeta incomoda. Nunca tiene toda la razón. Es insoportable. Nadie lo acalla. Reclama justicia pero sin bajar a detalles. Si se le pide cuentas de cómo hacer las cosas seguramente no sabrá qué decir. El profeta acierta en lo fundamental y se equivoca en todo los demás.
¿Y si los chilenos fuéramos los equivocados y el Papa tuviera la razón? Los profetas apelan a la imaginación. ¿Cómo no se nos ocurrirá algo para acabar con una guerra que no terminó bajo todos los respectos y que nunca debió ser?
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