El Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico 11 (TPP-11) nos hace reflexionar sobre la forma como los grupos de interés se olvidan demasiado fácilmente de la importancia de la ética en la política, y de la que parece estar cada día más ausente.
En el TPP-11 hay a lo menos 4 aspectos que son muy nocivos para los pueblos de Chile: El primero es que este tratado cede soberanía, pues obliga a aceptar que los litigios entre corporaciones extranjeras y chilenas y el Estado salgan de los tribunales ordinarios de Chile y se trasladen a tribunales arbitrales internacionales.
Los inversores extranjeros y chilenos podrán demandar al Estado cuando consideran que un cambio en las políticas del país receptor afecta sus ganancias, aún si se trata de políticas que buscan proteger la salud pública, los derechos laborales o el medio ambiente. La protección de las inversiones es el mecanismo de solución de disputas inversor-Estado (ISDS) que habilita a los inversores a acudir a centros de arbitraje internacionales cuando éstos consideran que sus inversiones han sido afectadas por una decisión del Estado (Capítulo 28). Las cartas laterales no aseguran que esta norma no vaya a ser aplicada.
Luego, el TPP-11 agrega a nuestros tratados comerciales ya existentes un capítulo que es muy controversial sobre comercio electrónico (Capítulo 14). Restringe las actividades de las empresas públicas (Capítulo 17). Se podrán crear, pero no pueden competir con las privadas, a las que hay que asegurarles todo tipo de protección.
Finalmente, se reduce aún más el rol del sector público en la vida económica. Lo poco que se mejoró en la renegociación del tratado después de la salida de Estados Unidos (sólo 22 de las más de mil provisiones del tratado pudieron ser mejoradas), no representó gran avance ya que igual dichas cláusulas quedaron en la versión final del tratado, solo fueron suspendidas, ergo se pueden reintegrar en cualquier momento y sin necesidad de nueva negociación.
Después de haber sido clara y categóricamente rechazado el TPP-11 por nuestro gobernante y parte de la coalición de partidos que lo respalda, pasó a una suerte de aceptación tácita, ya que todos sabemos que la derecha, la centro derecha y parte de la centro izquierda lo aprobará en el Senado.
La fórmula para resolver coherentemente la problemática que provoca el TPP-11 es sencilla, en uso de las atribuciones del artículo 132 del Reglamento del Senado, el Ejecutivo puede retirarlo de la discusión. La mercantilización de la ética, propia de los grupos dominantes, entre muchas otras cosas supone no mirar la exigencia de mínima coherencia política entre lo que creo, digo y lo que hago.
Para provocar cambios, debemos romper con la ética de las clases privilegiadas, la que no es otra que: la mercantilización de la sociedad, ello se ve expresada en el paso de una economía de mercado a una sociedad puramente de mercado, donde, siguiendo el pensamiento de Marx, incluso aspectos tan fundamentales de la vida humana como la verdad y la conciencia se transforman en mercancía. Estamos viviendo ese tiempo, la economía, especialmente la especulativa, es la que dicta los rumbos de la política y de la sociedad como un todo. La competencia es lo que la define. Todo se mercantiliza, incluso la ética.
La sociedad capitalista tiene un ideal ético, ¿cuál es? La capacidad de acumulación ilimitada y de consumo sin límites, que genera una gran división entre un pequeñísimo grupo que controla gran parte de la economía nacional y mundial y deja a las mayorías excluidas y hundidas en la miseria material y espiritual.
Por ello, quienes creemos en la necesidad de construir nuevas formas sociales y económicas de organización debemos asumir que una de nuestras tareas es fundar y proponer una nueva ética, que tenga como bases aquello que es específicamente nuestro como humanos y que, por eso, sea universal y pueda ser asumida por todos/as. Siguiendo el pensamiento de Leonardo Boff, en esta construcción primero está lo que él llama la ética del cuidado, que no es más que la capacidad de llevar una relación amigable y amorosa con la realidad, donde el centro sea la solidaridad y no la competencia, y menos la dominación. En el centro del cuidado está la vida y no solo la vida humana.
Luego, y consecuentemente con el principio anterior, está la ética de la solidaridad, que en definitiva es la que permite la subsistencia de la humanidad, ya que el espíritu gregario es parte de nuestra esencia, las personas no viven solas. Otro camino ético ligado a nuestra estricta humanidad es la ética de la responsabilidad universal. Somos responsables de la sostenibilidad de la humanidad y de lo que Boff llama la casa común, así podremos seguir vivos junto con todas las formas de vida.
Por último, una ética de la justicia, para todos. La justicia es el derecho mínimo que tributamos al otro/a de que pueda continuar existiendo con sus particularidades y su cultura, recibiendo, a lo menos, los mínimos que le toca como persona. La justicia también es con la naturaleza y con la Tierra, que son portadoras de derechos y por eso deben ser incluidas en un nuevo concepto de democracia que es económica, social y ecológica.
El presupuesto ético que debemos construir, es que el valor de la vida está por encima de cualquier otro valor cultural, religioso o económico. Nada más alejado de la ética capitalista que mercantiliza a las personas, sus ideas, sueños, convicciones y necesidades, a las comunidades y a la naturaleza.
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