El fracaso del Concilio Vaticano II yace en su fin. El fin de la indistinción entre catolicidad y modernidad que hiere la universalidad, contaminandola con el subjetivismo idealista de la herejía "modernista". Por lo tanto, esta reflexión es conveniente iniciarla con la siguiente cita de la Carta de San Judas: "Porque por medio de engaños se han infiltrado ciertas personas a quienes las Escrituras ya habían señalado desde hace mucho tiempo para la condenación. Son hombres malvados, que toman la bondad de nuestro Dios como pretexto para una vida desenfrenada, y niegan a nuestro único Dueño y Señor, Jesucristo" (Jud. 1: 4).
La pérdida de la universalidad y unidad eclesial a nivel eurcarístico y litúrgico se funda en el sujeto docente y en la autoridad que promueve su disolución. Asimismo, la negación de la fe en Jesucristo, promovida por aquellos que justifican el pecado bajo el pretexto de una falsa misericordia que no es la de Cristo y aceptan la idolatría bajo el pretexto de un falso entendimiento de la evangelización, es la apostasía que como comunidad de fieles sufrimos. Esta apostasía se hace profundamente manifiesta en la pérdida de importancia de la eucaristía, ya denunciada por la virgen en Garabandal, debido a su desacralización y actualmente a la mundanización de la liturgia, cuyo corazón es la sagrada comunión.
La pérdida de la importancia de la eucaristía significa que la conmemoración del sacrificio del calvario deja de ser considerado el corazón de la celebración de la santa misa, es decir, la eucaristía sufre su propia pasión, lo que se hace manifiesto cada vez más con los abusos litúrgicos.
La sagrada comunión que es la presencia real de nuestro señor Jesucristo en la santa misa, ha sido sometida a su desacralización en la litugia, permitiendo recibir la "hostia" con la mano y sin comulgatorio, lo que da cuenta de la intromisión de un elemento de protestantización con el riesgo de insertar la noción de que la presencia de Jesús es sólo simbólica y no real. La protestantización de la liturgia ha sido promovida por la secta secreta, organización que se esfuerza por expulsar a Jesús de la eucaristía, con el fin de convertirla en una mera ceremonia simbólica.
La comunidad de fieles no debe temer porque nuestro señor Jesucristo estará con su iglesia hasta el final de los tiempos, pero tampoco debemos callar, porque no resulta decoroso hacerlo como señaló el papa Pío X en su enciclica "Pascendi Dominici Gregis", para combatir a la síntesis de las herejías que es el modernismo y que hoy gobierna el mundo bajo los hilos de la secta secreta y de los grandes poderes de las estructuras de pecado.
Estamos en una lucha espiritual entre la comunidad de siervos y el individuo idolatrado que es la principal de todas las guerras, donde el demonio y sus legiones se han propuesto atacar con toda su furia a la santísima virgen María, cuyo "inmaculado corazón" triunfará, siendo la morada de nuestra salvación.
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