Me ha tocado recientemente acompañar al cardenal don Fernando Chomali a la cárcel juvenil de Tiltil y a la Penitenciaría de Santiago. Se advierte un renacer en esperanza y alegría en los privados de libertad al ver lo que la autoridad eclesiástica representa. Se trasunta y, cada quien lo capta con una profundidad indescriptible, que Dios los ama, que está presente aún en el fango, en el dolor, en la agonía.
Parafraseando a Benedicto XVl en oración en Lourdes: "Ni los más espesos muros de los calabozos impidieron que la gracia de Dios iluminara sus corazones".
¿Y por qué eso? Veíamos la disposición interior para escuchar, para sentir la ternura del Dios presente, para entender que, aunque a veces lo parece, nunca han estado solos. Desde adolescentes hasta ancianos sorprendidos de que el tiempo se detuviera a favor de ellos. Aunque sea por un instante, surge lo más profundo y hermoso de lo humano, las mejores disposiciones y los más nobles sentimientos.
Esa fluidez de la gracia de Dios, que depende en tantos aspectos de la mediación de todos y particularmente de la Iglesia, nos debiera despertar a hacer más visible la presencia del Señor en estos recintos. Porque las sombras de la tierra nunca van a impedir que la luz del cielo brille.
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