Cuando seguimos escuchando nuevos nombres de posibles abusadores en nuestra Iglesia chilena nos preguntamos, ¿hemos tocado fondo?
No sabemos, nadie nos lo puede asegurar. Pero en medio de esta incertidumbre acompañada de dolor, de rabia e impotencia, con mayor fuerza surge también la pregunta ¿cual es la Iglesia que queremos o mejor dicho cual es la que Cristo quiere?
Para algunos el tema se soluciona con lograr que se terminen con los abusos sexuales, estableciendo normas, protocolos, instancias de denuncias. Por lo tanto, todo lo realizado por la Conferencia Episcopal va en el sentido correcto.
Sin embargo, otros creemos que eso no es suficiente, porque si no se aborda en toda su profundidad la crisis, se puede resolver el abuso sexual, lo que ya sería importante, pero seguimos con los abusos de poder y consciencia.
Lo que pasa es que quienes se declaraban o se declaran católicos, pero no han tenido una vida muy activa en la Iglesia, es posible que tengan alguna distancia frente al abuso de poder y de conciencia porque no les ha tocado directamente. También hay muchos que no conocen otra forma de vivir una fe. Sin embargo, todo lo vinculado con el abuso sexual les toca muy profundamente.
Quienes han vivido en medio de una cultura cristiana más asociado a la ritualidad que al compromiso de vida con la fe, les resulta incómodo vivir este momento de cuestionamiento. Para ellos ojalá se muevan mínimamente las aguas y quede todo lo más parecido a como está o como ha sido la Iglesia que han conocido.
Quienes militamos activamente en la Iglesia, ayer y hoy, conscientes que nuestra fe está en Cristo y no en los sacerdotes, aún cuando valoramos su misión, reconocemos que el problema es muy profundo y compartimos plenamente el diagnóstico del Papa Francisco que el origen es la Cultura del abuso de poder y eso si que requiere una cirugía mayor y un trabajo de años.
Esta cultura, que se expresa en el clericalismo, implica profundos cambios en la formación sacerdotal y laical, en la concepción y manejo de la autoridad, en una nueva visión del laico, en la estructura misma de la Iglesia y su generación.
Por último y quizás lo más importante es cambiar la Iglesia estructural y formal por una Iglesia constituida por comunidad de comunidades. Verdadera familia de familias que peregrina con Cristo y en Cristo construyendo su reino en medio de nosotros.
Hemos escuchado reiteradamente y muy especialmente del mundo consagrado que la Iglesia siempre ha enfrentado y superado estas crisis con mayor santidad. Por lo tanto, el camino para resolverla es abogar por la santidad de cada uno en el medio que nos toca vivir.
¡Sin lugar a duda este camino es importante, pero no suficiente!
La perdida del sentido cristiano de la autoridad y el consiguiente abuso del poder, que implica en definitiva darle la espalda a Cristo en lo más esencial de su mensaje; el amor al prójimo y el servicio a ese prójimo como el sustento de la autoridad, ha sido la causa de todas las crisis de nuestra Iglesia desde Constantino.
Por lo tanto, la situación actual no es nueva. Se ha dando por siglos, sin ser superada. El sacrificio y la entrega de muchos grandes santos no ha sido suficiente para cambiar esta situación.
¡A grandes problemas grandes soluciones!
Es un momento maravilloso para quienes creemos que al final Cristo vence y otra Iglesia es posible.
Por eso los laicos en Chile nos estamos organizando, de tal manera de generar una instancia que pueda influir realmente en esta transformación. Porque un laicado fuerte es el único seguro que puede impedir el abuso de poder.
Sabemos que todo poder absoluto termina en abuso de poder y en nuestro caso alejándose sustancialmente de la autoridad como un espacio de servicio como Cristo nos enseñó.
Este es el camino que debemos asumir y que requiere un proceso que no necesariamente nos llevará de inmediato al ideal que tenemos, porque suponen cambios de mentalidad de todos. Generar otra cultura se da en el tiempo y no exento de dificultades y errores.
De nosotros los laicos y de los consagrados ministerialmente (porque todos estamos consagrados por el bautismo) depende el presente y futuro de nuestra Iglesia. La imposición de unos sobre otros es totalmente contraria al espíritu sinodal con el que Francisco quiere construir la Iglesia.
Este diálogo y encuentro, es aún una tarea pendiente. Invitemos también al Espíritu Santo para que haga presente.
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