El autismo es una condición neurobiológica que está más presente de lo que creemos en la sociedad. De acuerdo al Autism Research Center de la Universidad de Cambridge, aproximadamente el 2% de la población adulta mundial es autista, y esta cifra podría estar por debajo de la realidad, ya que una parte significativa de la población sigue sin ser diagnosticada.
Esto nos lleva a una reflexión: ¿cuántas personas autistas hemos conocido en nuestra vida? Probablemente más de una, aunque no siempre somos conscientes de ello. Desafortunadamente, aún persisten ideas preconcebidas sobre cómo "debe ser" una persona autista. Se sigue creyendo que las personas autistas se comportan de una forma única y fácilmente reconocible, pero la realidad es que el autismo no tiene una sola manera de presentarse. Planteamientos como que el autismo es solo una condición infantil, que las personas autistas no pueden sentir empatía o comunicarse verbalmente, o que todas tienen habilidades sobresalientes, son solo mitos.
Todos estos prejuicios no solo son incorrectos, sino que también tienen un impacto negativo en la vida de las personas autistas. Afortunadamente, esa visión rígida del autismo puede estar comenzando a cambiar. Hoy sabemos que autista puede ser tu cantante favorito que llena estadios, tu compañera de trabajo que destaca por su elocuencia, o ese amigo con el que pasas horas conversando. Poco a poco avanzamos hacia un entendimiento de que el autismo es tan diverso como la humanidad misma.
El aumento de diagnósticos y el reconocimiento de diagnósticos tardíos están cambiando nuestra percepción del autismo. En Estados Unidos, por ejemplo, la tasa pasó de 1 de cada 150 niños en 2000, a 1 de cada 36 en 2024. Asimismo, un estudio de la National Autistic Society en Reino Unido reveló que cerca del 30% de las personas autistas desconocía su condición hasta la etapa adulta, cuando comenzaron a buscar ayuda para problemas como ansiedad o depresión. Estos hallazgos reflejan mayor capacidad para detectar la condición y mayor conciencia de que el autismo está muy presente en la sociedad.
Esta mayor conciencia trae una pregunta incómoda: ¿Estamos preparados para identificar y acompañar a las personas autistas? En Chile hay al menos 44 mil adultos diagnosticados, pero se estima que la cifra real supera las 290 mil personas. La brecha es evidente: muchos adultos están recibiendo diagnósticos después de los 30, 40 o incluso 50 años, tras décadas de diagnósticos erróneos o de vivir sin comprender por qué el mundo les resultaba tan desafiante.
Esto plantea interrogantes sobre quienes diagnostican y acompañan. ¿Cuántos profesionales reconocen el autismo más allá de los estereotipos? ¿Cuántos comprenden que es una condición de toda la vida? Nuestros sistemas siguen concentrados en la niñez, cuando gran parte de las personas autistas son adultas.
No basta con ser conscientes de la presencia de personas autistas en todos los entornos de la vida cotidiana, también debemos preguntarnos si contamos con las herramientas para apoyarlas efectivamente. Un diagnóstico oportuno y preciso puede marcar la diferencia entre una vida de frustración y una vida de autoconocimiento y desarrollo pleno. Para lograrlo, necesitamos profesionales que comprendan el autismo desde una perspectiva integral: no como una serie de síntomas a "tratar", sino como una forma de neurodivergencia que requiere adaptaciones del entorno, no de la persona.
Afortunadamente, existen espacios de formación especializada en autismo a lo largo del ciclo vital. Programas que preparan a profesionales no solo para diagnosticar, sino para acompañar: en el aula, en la consulta clínica, en la oficina de recursos humanos. Estoy familiarizada con iniciativas como la de la Universidad Complutense de Madrid, con programas adaptados a nuestra realidad latinoamericana que preparan profesionales para acompañar a las personas autistas y sus familias. Las políticas públicas solo cobran sentido cuando se materializan en acciones de profesionales preparados.
La pregunta que surge entonces es ¿cómo generamos entornos inclusivos cuando no es claro quién necesita los ajustes? La respuesta radica en reconocer que las necesidades de apoyo de las personas no siempre son visibles y que para reconocerlas debemos comenzar por cuestionar nuestras ideas y creencias respecto al autismo, educarnos en diversidad e inclusión, normalizar las condiciones neurodivergentes y empoderar a las personas del entorno para que se sientan libres, respetadas y confiadas de solicitar apoyos cuando lo requieren. Pero antes de todo eso, debemos preguntarnos: ¿Estoy preparado para reconocer, comprender y acompañar? Porque solo con formación adecuada y compromiso genuino podemos transformar la conciencia en acción.
Finalmente, un entorno verdaderamente accesible no solo beneficia a las personas autistas, sino a la sociedad por completo.
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