Catástrofe ecológica, declive mediático y la dicha del salubrista

No cabe duda de que la pandemia del Coronavirus ha sido una catástrofe ecológica de marca mayor para la humanidad. Ya completaremos dos años dando tumbos entre los huéspedes, nosotros -los que enfermamos y morimos-, el virus, que muta, enferma y mata a sus huéspedes -no mucho por suerte, pero bastante para quienes se mueren- y el medio ambiente que nosotros mismos hemos ido configurando en el tiempo, asistencia médica y vacunas incluidas -es decir- el escenario.

Mientras tanto, la temperatura del planeta crece como una oscura sombra, incendios forestales arrecian y el humo nos ahoga, se deshielan los polos, se inundan los turcos, pero escasea el agua en América Latina, los turistas alemanes se cuecen en las playas del Mediterráneo y henos aquí, como bajo la ola de Hokusai, en el surf de la incertidumbre. Los haitianos, no está demás señalarlo, son estremecidos por un nuevo terremoto. Los talibanes retoman el poder, las mujeres huyen pavoridas.

Lo descrito antes es un asunto muy, muy serio y, con todo, durante este tiempo hemos visto a los países hacer de las suyas con el Coronavirus, experiencias exitosas que después de posicionarse en el ranking de lo bien obrado se derrumban como castillos de naipes, oleadas que van y vienen, despliegue de estrategias de toda especie, unos que trazan bien y otros que no -como si tal cosa fuera fácil- y así. Las economías tiemblan, el desempleo crece, el turismo declina. Las multitudes se lanzan ansiosas a las pistas de baile cuando las aperturas lo permiten, otros a las playas y otros a las calles cuando ven restringidas sus libertades por las autoridades sanitarias más allá de lo tolerable. Y todos con mascarillas, como en una película del apocalipsis. O casi todos. Hay guías espirituales que las detestan, hay ciclistas que no las usan. La mayoría de la población se vacuna, pero algunos no lo hacen, basados en sus convicciones personales y sin consideración alguna por el interés colectivo. Mientras tanto, el virus muta.

Somos testigos de este acontecer y hemos estado tomando debida nota de lo ocurrido en el mundo. Hemos dicho que tenemos por delante mucho que aprender de todo esto. Lo haremos, como suele ocurrir con los fenómenos epidemiológicos a partir de los registros que se han ido produciendo durante su despliegue, los que nos mostrarán, tiempo después, qué fue lo que ocurrió y por qué. Qué hicimos bien y qué hicimos mal y cuánto de lo ocurrido no fue más que el azar. Esto puede tomar años, paciencia.

Desde esa perspectiva, para nuestro Chile hemos llamado muchas veces a la serenidad y hemos convocado a la colaboración con la autoridad sanitaria, pero este llamado de inspiración estrictamente sanitaria que ha planteado la colaboración como parte de la solución se ha encontrado con un conflicto político que lo ha hecho impracticable. No sólo en Chile, también en otros países del mundo esto ha sido así. Entonces hemos sido testigos de una enorme proliferación de expertos sanitarios, prescriptores epidemiológicos, proyectistas y gestores de información que se han dedicado a incendiar la pradera y a golpear al gobierno por todo lo obrado y lo no obrado. Y también se agregan los agentes con intereses concretos como, por ejemplo, los de la gastronomía y el turismo.

Por su parte, la autoridad sanitaria goza de buena evaluación en las encuestas. Eso es lo que dice el público. Y, por último, gracias a los resultados que estamos observando, en particular en materia de vacunación, los gritos de los agentes interesados se han morigerado.

También ha sido muy relevante la respuesta asistencial público/privada concreta y formal a la demanda por servicios de salud derivados de la pandemia y el rol del personal de la salud involucrado en aquella, tema del cual también tendremos interesantes asuntos de que aprender. Resultado de lo descrito hay menos expertos en la escena de las opiniones o ha disminuido el frenesí de las mismas y el periodismo ha ido cerrando los generosos espacios originalmente abiertos tan indiscriminadamente a los opinantes, en la medida que tales opiniones han ido perdiendo importancia relativa en el interés ciudadano, es decir, se han ido haciendo menos rentables para los comunicadores.

Como buen salubrista, este declive me produce mucha dicha. Pero ojo, que la cuestión no ha terminado, porque ahora vienen los alcaldes -los nuevos- y quizás qué sorpresa nos tiene reservada la apertura y el propio virus. El frágil equilibrio. Yo lo dejaría en las manos de la autoridad sanitaria. Es lo mejor que podemos hacer. Colaboremos con ella.

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