La aparición de los cigarrillos electrónicos o vaporizadores, ha popularizado la idea de que existe algo que da el placer de fumar pero sin ninguno de sus efectos adversos. La idea es falsa. Fumar un cigarrillo electrónico es también fumar, y por lo tanto, debería tener las mismas regulaciones.
El cigarrillo electrónico es un dispositivo que contiene un calentador y una solución. Al inhalar, la solución es calentada y se forma un aerosol que llega a los pulmones.
Los líquidos, según sostienen sus productores, contienen sólo un sabor como chocolate, frutilla o incluso creme-brulé pero también nicotina, la sustancia que genera la adicción al tabaco.
La idea original era que estos productos no tendrían efectos adversos para la salud y estarían dirigidos primordialmente a fumadores, como ayuda para dejar el tabaco.
La verdad es otra. En primer lugar, contienen muchas más sustancias que sólo nicotina y sabores. La evidencia actual muestra que si bien los cigarrillos electrónicos tienen mucho menos tóxicos que uno normal, de igual forma contienen cancerígenos como nitrosaminas y compuestos orgánicos volátiles (tolueno, benzeno, entre otros), además de metales tóxicos para el pulmón como cadmio o incluso plomo.
Considerando esto, es imposible sostener que en el largo plazo la inhalación constante de estos productos no traerá las mismas conocidas consecuencias como aumento global de distintos tipos de cáncer, incluido el pulmonar.
En segundo lugar, el producto no está dirigido sólo a fumadores. Las compañías tabacaleras saben que un adolescente que fuma un cigarrillo electrónico tiene casi cuatro veces más probabilidades de fumar cigarrillos convencionales en el largo plazo.
Debido a esto, Philip Morris ya ha comprado empresas de cigarrillos electrónicos como la popular JUUL, al ver en estos productos una oportunidad para crear nuevas generaciones de adictos al tabaco.
Están dirigiendo sus intereses y publicidad ahí donde no han sido regulados: redes sociales e “influencers” en forma para afectar con estos dispositivos electrónicos directa al público menor de edad. La estrategia ha resultado efectiva.
Las estadísticas muestran que son justamente niños, niñas y adolescentes quienes encuentran más atractiva la idea de fumar productos de distintos sabores.
Esto ha llevado a que en los Estados Unidos, en sólo dos años, el porcentaje de estos jóvenes fumando cigarrillos electrónicos haya pasado de 1% a 16%, los cuales en el futuro, también fumarán tabaco.
¿Y los que están alrededor? Mediciones realizadas en forma independiente a tabacaleras, muestran que el humo exhalado contamina el medio ambiente y expone a quienes están alrededor del “fumador electrónico” a las mismas sustancias tóxicas cancerígenas.
Entonces,¿Sirven para dejar de fumar? Efectivamente pueden ser una ayuda para lograr esto. También lo son los chicles o parches de nicotina. Por lo tanto, al igual que éstos, debiesen venderse en forma regulada y no promocionarse en forma irresponsable como un producto seguro para la salud.
Una regulación adecuada debería incluir prohibición de publicidad (incluyendo redes sociales), impuestos y advertencias respecto a los daños a la salud.
No regularlo, es simplemente dejar la puerta abierta para que las tabacaleras creen una nueva generación de fumadores y le pasen la cuenta al Estado para que pague las nefastas consecuencias para la salud de la población.
Actualmente somos el país con más fumadores de Latinoamérica (34%) y uno de cada cuatro adolescentes fuma. Está realidad puede empeorar o mejorar.
La decisión depende de una sola persona: el ministro de Salud y su capacidad para hacer frente al lobby del tabaco e impulsar la legislación necesaria a través del Congreso.
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