De la nutrición a la confusión: el complejo mundo de las intolerancias alimentarias

Hasta hace algunas décadas, las principales enfermedades que afectaban nuestro sistema digestivo eran de origen infeccioso. Sin embargo, ese panorama cambió radicalmente. Hoy, mientras las infecciones disminuyen, aumentan las enfermedades mediadas por el sistema inmune: alergias alimentarias, enfermedad celíaca y otros trastornos asociados al consumo de gluten. Este nuevo escenario plantea un desafío de salud pública, médico y social que no podemos ignorar.

Actualmente, convivimos con un conjunto de enfermedades gastrointestinales distintas entre sí, pero con algo en común: su tratamiento exige seguir dietas restrictivas. En estos casos, la clave está en eliminar el alimento que causa daño. Para ello, es esencial realizar un diagnóstico preciso que permita retirar solo los alimentos necesarios. Cuando esto no ocurre, se tiende a eliminar más de lo requerido, lo que deteriora la calidad nutricional de la dieta y pone en riesgo la salud de las personas afectadas.

La intolerancia alimentaria, además, es un fenómeno complejo. No existe una sola definición, ya que depende de factores como la dosis del alimento, el género, la etnia, la cultura dietaria y el estado de salud. Por eso, su interpretación varía entre personas y países. Se estima que una de cada cinco personas en el mundo presenta alguna forma de intolerancia alimentaria, y en Chile, la cifra alcanza el 29%. La enfermedad celíaca, por su parte, afecta entre 1% y 3% de la población mundial, con un aumento anual promedio de 7,5%, y en Chile se estima que solo 3,9% ha sido diagnosticada por un médico.

Detrás de estas cifras se esconde un cambio profundo en nuestra relación con la comida. Comer ha dejado de ser un acto instintivo y ancestral que buscaba nutrirnos. Hoy comemos para sentirnos bien, para pertenecer, para proyectar una imagen o seguir una moda. El alimento se ha cargado de significados emocionales, culturales y comerciales. Si no transformamos el acto de comer en una decisión consciente -que busque nutrirnos y no solo satisfacer deseos o tendencias-, la salud se resiente.

Vivenciamos tiempos en que los avances científicos nos permiten hoy realizar diagnósticos de precisión y diseñar dietas personalizadas, herramientas poderosas para mejorar la calidad de vida de quienes padecen estas condiciones. Sin embargo, esos avances conviven con una avalancha de información errónea, mitos difundidos en redes sociales y mensajes simplistas promovidos por influenciadores sin formación médica. El resultado es preocupante: muchas personas adoptan dietas restrictivas innecesarias, pierden el equilibrio nutricional y perpetúan sus síntomas sin resolver la causa real.

La invitación, entonces, a la población es a informarse responsablemente, y a los profesionales de la salud: a formarse y a aplicar los protocolos de diagnóstico y tratamiento adecuados.

Las intolerancias alimentarias no son un capricho ni una moda. Son trastornos reales, complejos y en aumento, que constituyen una carga de enfermedad significativa y afectan profundamente la calidad de vida de quienes las padecen. Si queremos enfrentar este desafío, debemos volver a lo esencial: entender que comer no es un acto de moda, sino de salud.

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