Aprendimos, cuando nos formamos como salubristas, que el Índice de Swaroop era un buen indicador del estado de salud de la población, si bien se basaba en un hecho negativo, la mortalidad, como muchos de los indicadores de uso habitual en la disciplina de la Salud Púbica. Lo que Swaroop hace es medir la proporción de muertes que ocurren en personas mayores de 50 años y juzga que las poblaciones que tienen una proporción mayor de esas muertes están mejor. Este es un modo sencillo de comprender una realidad sanitaria.
Solo para cerrar el asunto Swaroop, superados los riesgos del período perinatal y la mortalidad materna e infantil, y luego los accidentes y violencias del adulto joven, la muerte empieza a hacerse más probable con el paso de los años. Es posible acumular más muertes sobre los 50 años en la medida que su ocurrencia prematura es evitada. Tal cosa indica que se ha hecho lo que ha estado al alcance hacer para poner las cosas en su debido lugar. Lo bueno de esto es su tremenda obviedad, lo que no ocurre con los fenómenos asociados a nuestro invitado de piedra, el famoso coronavirus.
En medio del nuevo desenfreno del debate público que la tensión política hace salir tan fácilmente a flote, a propósito de la segunda ola del Covid-19, recordemos que mata preferentemente al adulto mayor, porque aquel se encuentra en condiciones de mayor fragilidad y susceptibilidad. Los números en Chile, por lo pronto, nos muestran que el 94% de los decesos totales por esta causa a la fecha -confirmados con PCR y sospechosos no confirmados con PCR, según el DEIS- han ocurrido en mayores de 50 años.
Si bien hay otras causas que nos matan mucho más, estas muertes son extraordinarias y los números absolutos suenan muy duros. Siendo además la mortalidad y la letalidad características propias del virus, la mortalidad está fuertemente ligada al número de contagios, los que dicen relación con el control de la epidemia que los países sean capaces de lograr -cuidados, confinamiento y trazabilidad de casos y, ahora, vacunas-. La letalidad puede vincularse más estrechamente a la eficacia de nuestra respuesta asistencial frente a los casos graves, capacidad asociada a la oferta público/privada de camas de cuidados críticos y de personal competente en el caso de Chile, la que hoy día mismo se visualiza estrecha.
Paradojalmente, en la medida que los casos se desplazan a población más joven, como está ocurriendo, esperamos que la mortalidad total por esta causa disminuya -de hecho, las tasas actuales por mil habitantes son más bajas que las que observamos en la primera ola-, porque tal población es menos susceptible de enfermar gravemente por carecer de factores de riesgo agregados -obesidad, diabetes o hipertensión arterial-. Pero si bien es mayor la sobrevida de la población joven, parece que tales pacientes se complican más rápidamente y de requerir cuidados críticos requerirán de más días cama para salir adelante, lo que significará restricciones de oferta que podrían implicar muertes evitables por falta de acceso a los servicios para otras personas.
Todo esto es hipotético y no sabemos muy bien qué irá a ocurrir en la práctica, cual irá a ser el balance, porque estamos recién calibrándolo. Por lo pronto nuestras camas críticas empiezan a saturarse. Entonces especulamos, como nos gusta tanto hacer en el espacio público y ahí todas nuestras fortalezas y debilidades parecen estar siendo puestas en tela de juicio. Ya llegará el momento de saber qué hicimos mal y qué hicimos bien, porque hoy no tenemos evidencia suficiente para afirmar ni lo uno ni lo otro, más que el juicio experto, cuando opinan los expertos. Sospechamos, eso sí, que la vacunación ha sido una buena performance y que los permisos de vacaciones fueron una concesión incomprensible a la industria del turismo. Lo primero, que está en proceso, no debió abrir las puertas a lo segundo.
Por lo pronto estamos vacunando a toda velocidad y con la eficacia que nuestra larguísima experiencia en la materia nos pone a disposición, gracias a nuestro histórico programa ampliado de vacunaciones, que se realiza principalmente en nuestros centros de atención primaria desde tiempos muy muy pretéritos. Esto nos da muchísima confianza en que lograremos las metas que nos hemos propuesto en esa materia y empezaremos a converger en el más breve plazo hacia un momento mejor, con menos casos.
Sin embargo, la tarea de hacernos cargo no puede ser delegada exclusivamente a la estrategia de vacunación, sería absurdo. Estamos cansados, pero los números nos indican que habría de haber más cuarentena, pero hay expertos que creen que no sirve, pero sí -y mucho- el refuerzo del autocuidado, para lo cual hemos de apelar también a la confianza ciudadana, que a veces hemos perdido porque su comportamiento nos decepciona, y sancionar severamente las conductas inapropiadas: Abuso de permisos, fiestas, ciclismo furioso, entre otras.
Habrá que conseguir todavía mejor trazabilidad, lo que no ha sido nuestro fuerte, digámoslo claramente, y creo que ya no lo será, porque son competencias que no están desarrolladas en el territorio y que requieren desarrollo de mediano plazo, habida cuenta, además, de que no es fácil hacerlo bien y del temor que la gente tiene a ser recluida cuando es "descubierta", como dijo el ministro de Salud.
Pero también habremos de aprender de lo poco que se sabe, observando con detención lo que está ocurriendo en otros países, principalmente en el Hemisferio Norte que va antes que nosotros, para no incurrir en los mismos errores. Lo de las vacaciones era un asunto sabido en la experiencia de esos países, pero no lo vimos. Por lo pronto, en el CDC de EE.UU. tiene miedo. Nosotros también, con los números de los últimos días, que han seguido al alza. Falta todavía un sinuoso trecho que recorrer antes de ver la luz y hemos de tener calma para hacer lo mejor posible.
Y, por último, ¿qué sabemos de las nuevas cepas en cuanto a su supuesta mayor virulencia y qué sabemos respecto del grado en que nuestras vacunas en uso nos inmunizan frente a ellas? Parece que sí nos inmunizan, buena cosa, averiguándolo estamos.
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