La salud tiene un valor especial y diferenciado para cada persona. Las definiciones y percepciones de este proceso salud/enfermedad son múltiples y su mirada evoluciona a través del tiempo. A veces se transforma solo en una meta para el sistema sanitario y en algunas ocasiones es solo un slogan de campaña en periodos de elecciones, sin embargo, cuando esta salud se deteriora o pierde, se transforma en lo fundamental, algo "vital".
La muerte no es democrática, señaló el filósofo coreano Byung-Chul Han, a raíz del impacto desigual de la pandemia Covid-19 sobre las diferentes poblaciones y comunidades. Al revisar la evidencia, reforzamos la desigual distribución de las enfermedades y de los desenlaces fatales. En los diferentes territorios, la enfermedad no se presenta de manera homogénea. Las condiciones de vida determinan las conductas saludables o no de las poblaciones, como así también, los problemas de salud y enfermedades que las van a aquejar. Estas condiciones, aspectos sociales preferentemente, son los denominados por la OMS: "Determinantes sociales de la salud".
Las diferentes condiciones político/sociales, como menor acceso a educación de calidad, a salarios injustos, a condiciones laborales deficientes, a circunstancias de vida desfavorables, así como también las brechas de género o el desdén con culturas y valores disímiles, determinan fuertemente el estado de salud de los territorios en especial aquellos menos favorecidos.
Los esfuerzos de las naciones en torno a cambiar la desigual distribución de los resultados de salud/enfermedad, buscando mayor equidad, son y han sido fuente de discusiones filosóficas, sociales, científicas, económicas y por supuesto políticas. El logro de acuerdos, considerando las diversas perspectivas y dejando de lado el individualismo de cada sector, es primordial y así, mejorar el acceso oportuno de atención de salud de calidad, además de facilitar la adopción de conductas saludables.
En la historia de nuestro país, existen variadas decisiones políticas que sin duda han tenido impacto positivo en la salud y bienestar de la población, han favorecido la calidad de vida de la ciudadanía y la mejora de los indicadores de morbimortalidad.
Desde la creación de la Junta Nacional de Salubridad (1887) como ente asesor en materias de salud poblacional, son múltiples las iniciativas políticas que tienen como preocupación el bienestar del conjunto de la población. Destacan hitos exitosos, como la creación del Seguro Obrero Obligatorio (1924), destinado a cubrir los riesgos de enfermedad, invalidez, vejez y muerte; la Ley de Medicina Preventiva (1938); y el Servicio Nacional de Salud, institución que desde 1952 marcó la trayectoria de una cultura sanitaria a nivel de la ciudadanía que hasta hoy tratamos de mantener.
Las voluntades políticas deben estar alineadas por un bien colectivo, requieren de aunar criterios disímiles, considerar datos fidedignos, valorar la pertinencia sociocultural y buscar la mejor evidencia científica disponible. Estos son factores imprescindibles para el éxito de cualquier política pública, sea o no del sector salud, puesto que todas repercuten en el bienestar de las poblaciones, dada la naturaleza diversa y multifactorial de la determinación social de la salud en los territorios.
Nuestra salud está entrelazada con posturas y decisiones políticas, nuestra exigencia debe ser pasar desde miradas individuales a una mirada colectiva con énfasis en cada uno de los territorios. Al considerar un enfoque de determinantes sociales se impacta directa o indirectamente en la salud de las personas, se logran éxitos como comunidad y se avanza a una sociedad más justa, más equitativa y a una distribución menos desigual de las enfermedades y de los diferentes factores de riesgo.
Hoy, el deber es avanzar en la democratización de la salud en los territorios y en la universalización de condiciones favorables, que beneficien a todas las personas por igual.
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