La crisis política y sanitaria generada por la pandemia de Covid-19 ha impulsado una agenda de acuerdos políticos llamada "mínimos comunes", consensos necesarios para responder a las urgencias del momento. Pero ¿cuáles deben ser estos mínimos comunes en salud? Es importante reflexionar sobre esto y estar preparados para un escenario post-pandemia, pues cuando esto pase nos encontraremos con una situación sanitaria desastrosa, que requerirá máximos y no mínimos comunes.
¿Cuál será ese escenario? La pandemia por Covid-19 modificó nuestras conductas, nos hizo más sedentarios e inactivos, alteró nuestras rutinas diarias, cambió nuestras prácticas alimentarias y afectó nuestra higiene del sueño, los cuales son factores de riesgo para el desarrollo de desenlaces negativos en salud, por tanto, podemos esperar aumento de patología crónicas. En el caso de pacientes que ya viven con enfermedades crónicas, se impuso una gran barrera al acceso de prestaciones médicas, generando discontinuidad de tratamientos y bajas tasas de adherencia. Se hizo evidente, además, la pobre salud mental de los chilenos, aumentando la visibilidad de los diagnósticos de depresión, cuadros ansiosos y estrés post-traumático.
Para personas que se contagiaron y estuvieron hospitalizados en una UCI, es probable que 50% de ellos desarrolle el síndrome post-uci, el cual se caracteriza por la presencia de problemas psicológicos, cognitivos y físicos, que pueden generar consecuencias de gran impacto y duración en la vida cotidiana de los pacientes.
Para los profesionales del área de la salud podemos esperar altas tasas de desgaste profesional (burnout) y estrés post-traumático, lo cual puede implicar un número elevado de licencias médicas entre ellos, y, por tanto, una cantidad menor de profesionales en la red de atención.
Por tal razón, desde mi punto de vista, no necesitamos mínimos sino máximos comunes en salud. Por esto, la reflexión debe estar organizada en los siguientes ejes: Cómo (re)pensamos el concepto de salud, cómo destacamos el concepto de bienestar y cómo garantizamos su acceso.
Primero, debemos (re)pensar la salud. Típica y erróneamente, la salud ha sido dividida en "física" y "mental", pese a que muchísima evidencia acumulada indica que ambas están profundamente relacionadas. Sabemos que personas que presentan problemas de salud mental tienen conductas menos saludables que aumentan el riesgo de ser diagnosticadas con una enfermedad física, y al mismo tiempo, personas que viven con enfermedades físicas tienen más problemas de salud mental. Tener, por tanto, una visión única de salud, permite abordarla en forma integral, considerando tanto sus aspectos biológicos y psicosociales.
Segundo, la salud no implica ausencia de enfermedad, sino más bien un estado de bienestar. Se debe, por tanto, pensar en cómo este se promueve y no sólo se "ataca" la enfermedad. Habrá que repensar y considerar que son múltiples los predictores del bienestar, los determinantes sociales deben incluirse en la fórmula, así como las estrategias de promoción de salud.
Finalmente, se debe maximizar y facilitar el acceso a prestaciones de salud. La universalización de servicios sanitarios es un gran paso, que va en la dirección correcta. El ejemplo de la campaña de vacunación contra la influenza o contra el Covid-19 ha demostrado que esto funciona, pero se debe repensar cómo esto se puede ampliar a otras prestaciones en un escenario post-pandémico complejo.
Propongo que, para comenzar a repensar la salud de los chilenos, estos sean máximos a ser alcanzados. En salud no podemos conformarnos con mínimos.
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