El 10 de octubre, el Día Mundial de la Salud Mental, es siempre una oportunidad para reiterar la necesidad de contar con políticas públicas sostenidas que respondan a la magnitud del problema que enfrenta nuestro país y su estrecha relación con el bienestar integral de las personas. La calidad de las relaciones familiares y del entorno en que vivimos así como la exposición a situaciones de violencia, discriminación y pobreza, aumentan el riesgo de presentar problemas de salud mental. Por tanto, la salud mental no sólo está asociada a factores genéticos y/o psicológicos sino también a factores ambientales, sociales y económicos.
En el caso de niños, niñas y adolescentes, los datos muestran un deterioro en su salud mental en el período 2017 y 2023, agudizado por la pandemia. En Chile, uno de cada cuatro adolescentes presenta una alta probabilidad de presentar trastornos depresivos y/o ansiosos, afectando en mayor proporción en las adolescentes mujeres y aquellos que declaran tener alguna discapacidad.
La evidencia demuestra que la prevención temprana y el acompañamiento oportuno pueden cambiar las trayectorias de vida de los niños, niñas y adolescentes. Hablar del tema sin estigmas en los distintos espacios cotidianos y detectar a tiempo los síntomas contribuiría a generar respuestas oportunas y pertinentes desde la escuela, la familia y el sistema de salud, por ejemplo, mediante tutores, consejería o apoyos psicoemocionales diversos.
También en la población adulta se evidencian problemas en su salud mental: alrededor del 13,7% de los adultos presentan síntomas moderados o severos de depresión, y la salud mental es percibida como un problema grave por el 66% de los chilenos.
¿Qué falta? Proponemos tres medidas: aumentar el presupuesto para la salud mental para disminuir las brechas de acceso y contar con una atención de calidad; fortalecer la Atención Primaria con equipos y tiempos protegidos para salud mental e implementar programas socioemocionales en el sistema escolar con apoyo a las familias.
Y, sobre todo, combatir el estigma, porque pedir ayuda no es una debilidad: es un acto de cuidado. En este ámbito, la campaña lanzada recientemente por el gobierno será, sin duda, un aporte valioso para instalar el tema en la conversación pública y transformar la cultura del silencio en una cultura del diálogo y del apoyo. Hablar, acompañar y cuidar: tres gestos que pueden cambiar una vida.
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