Cada vez más personas en el mundo desarrollamos nuestro día a día en las ciudades -según el PNUD, más de la mitad de la población mundial vive en zonas urbanas-. Sin embargo, aun cuando las ciudades debieran ser plataformas que faciliten el desarrollo de las diversas esferas de la vida cotidiana de las personas, y tal como se ponen en relieve desde el urbanismo feminista, éstas se han construido con el objetivo prioritario de facilitar las tareas productivas, y no otras tan relevantes como las reproductivas o comunitarias. En el marco del 8M, se hace necesario repensar cómo diseñamos, construimos y usamos las ciudades para que sean espacios que cuiden; y las plazas de barrio pueden ser escenarios claves para ello.
Cada día, miles de personas en Santiago se ven obligadas a cruzar gran parte de la ciudad para llegar a sus trabajos, ir a buscar a sus hijos/as al colegio, acceder a un centro médico, etc. La zonificación de las ciudades según funciones, tal como destacan Olga Segovia y María Nieves Rico en la publicación "¿Quién cuida en la ciudad?" (CEPAL, 2017), surge a raíz de pensar la sociedad dividida entre lo productivo y lo reproductivo, esferas cargadas de roles estereotipados para hombres y mujeres; y de la prioridad entregada a lo productivo en el modelo actual. Además, la inequidad territorial en grandes ciudades hace que el acceso a bienes y servicios vinculados a los cuidados sea especialmente dificultoso para personas que viven en barrios periféricos con altos índices de vulneración de derechos.
Ante ello, ¿cómo promover, desde el urbanismo, ciudades que valoren y faciliten las esferas reproductivas y comunitarias, tan relevantes para la vida? ¿Cómo avanzar, en la práctica, hacia un "territorio de los cuidados", concepto defendido por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo?
Una herramienta estratégica para ello es potenciar plazas de barrio pertinentes, por múltiples razones. En primer lugar, ofrecen escenarios para las tareas cotidianas de cuidado, por ejemplo mamás y papás que llevan a sus hijas/os a jugar, o personas que llevan a sus mascotas a pasear. Además, al ser espacios fuera de la vivienda privada, visibilizan estas tareas, a la vez que fomentan lazos comunitarios tanto entre las personas cuidadas como también entre las personas cuidadoras. Adicionalmente, si estos espacios son adecuados, facilitan la tarea de cuidados, aumentando la autonomía de niños y niñas y de personas dependientes, e incluso facilitando la compartición de estas actividades que son indispensables para el desarrollo de la sociedad.
Sin embargo, no solo se trata de habilitar plazas, sino que éstas sean pertinentes. Así, para que efectivamente se conviertan en espacios que cuidan, estos espacios deben ser, en primer lugar, cercanos a la vivienda, evitando la necesidad de hacer grandes desplazamientos y fomentando lazos de confianza con vecinas y vecinos. También deben ser lugares seguros, facilitando por ejemplo la supervisión de niños y niñas por parte de las personas cuidadoras, así como dinámicas de juego libre sin peligros como los generados con la circulación de automóviles. Otro requisito es que sean accesibles a todas las personas, tengan el grado de autonomía que tengan. Finalmente, pero importantísimo, deben ser espacios vivos y con usos diversos, que fomenten la vida comunitaria y la apropiación democrática e inclusiva del espacio público.
Generar plazas de barrio cercanas, seguras, accesibles y vivas es una política estratégica para avanzar hacia ciudades que faciliten las tareas de reproducción de la vida y, por ende, el bienestar de todas las personas. Además, es un paso clave para visibilizar la importancia de los cuidados, los cuales históricamente han sido relegados al ámbito privado y asignados de forma mayoritaria a las mujeres.
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