8M: ¿Luchas interseccionales y políticas públicas?

En 1859, Sojouner Truth pronunció un discurso en una Convención de Mujeres en Ohio (Estados Unidos) que ha sido titulado como "¿Acaso yo no soy una mujer?" (Ain't I a woman?), para mostrar cómo la lucha feminista blanca, de esos momentos, no necesariamente estaba acogiendo lo que implicaba ser mujer para las mujeres negras que habían salido de la esclavitud. Si bien, Truth compartía las demandas que levantaban las mujeres en dicha convención, develó cómo algunas experiencias de vida de mujeres, sus trayectorias y las violencias y desigualdades que vivían, no estaban siendo tomadas en cuenta por la manera general y estándar de considerar a "la mujer". De cierta forma fue para decirles: no todas las mujeres vivimos las mismas violencias y muchas de sus experiencias no son vistas por la sociedad.

Este discurso se considera como uno de los embriones de los actuales enfoques interseccionales que han sido reivindicados tanto por la academia como por algunos ámbitos de las políticas públicas, para atender la complejidad de la realidad social en que transitan los diferentes colectivos de mujeres en distintos puntos del globo. No obstante, su origen viene de los movimientos sociales y de las luchas particulares de colectivos de mujeres que criticaban la construcción de una única idea de "ser mujer".

La interseccionalidad ha sido uno de los aportes teóricos y políticos más importante de los movimientos de mujeres y feministas en los últimos años. Es un marco que sirve para explicar de qué manera el clasismo, el racismo, el hetero(cis)sexismo, el adultocentrismo y la xenofobia, entre otros sistemas de opresión, sitúan de forma distinta a todas las personas y cómo se distribuyen vulnerabilidades y privilegios en un contexto determinado.

Esto, sin duda, plantea un gran desafío para implementarlo en las políticas públicas. Esto porque comúnmente las políticas públicas abordan un problema social, simplificando la realidad, pues o bien están centradas en grupos considerados minorías "vulnerables" (mujeres, discapacidad, niños/as; personas mayores, etc.), o bien en sectores específicos (salud, educación, vivienda, etc.) que también generan focos sólo en ciertos grupos sociales. En consecuencia, las políticas públicas focalizadas terminan teniendo un efecto de homogeneización de sujetos, bajo una cierta categoría única, que construye cuerpos marcados como "vulnerables y carentes".

Pero al no considerar la complejidad de las posiciones sociales de las personas, estas políticas dejan siempre a algún sector en una opacidad social, o bien, no cubren adecuadamente sus necesidades al tener en cuenta sólo un vector de atención. Por ejemplo, cuando se atiende a la niñez de manera general sin considerar que, además, este colectivo puede tener otros ejes de diferencia como la clase, el género, la sexualidad, la adscripción a grupo indígena, ruralidad, entre otras.

La interseccionalidad busca una aproximación compleja a las desigualdades. Permite considerar diferentes ejes de desigualdad en la misma relación de importancia inicial, pues la relación entre ellos es una pregunta abierta que debe ser respondida en cada contexto. Por tanto, el peso contextual es importante a la hora de pensar políticas interseccionales: se trata, precisamente, de generar una visión situada y ver cómo operan en determinados contextos algunas desigualdades, que no necesariamente acaecen de la misma manera, en otra zona geográfica.

Es cierto que las lógicas institucionales tienden a reducir la complejidad, pues de este modo pueden abordar la realidad. Por tanto, genera un desafío mayor soñar con implementar políticas públicas interseccionales. Un giro radical sería que las instituciones estuvieran centradas en la gestión local que, en el caso chileno, pasa también por la descentralización. De ahí que sea aún complejo hablar de políticas interseccionales en nuestro país, ya que -generalmente- las políticas públicas se han pensado de manera estandarizada para todo el territorio nacional y bajo un "sujeto a priori de atención", y no pensando en el contexto específico de intervención para ponerlo en el centro de la acción pública.

Por otro lado, varias autoras han señalado también el riesgo de institucionalizar un enfoque como éste que nace de los movimientos sociales, sobre todo, pues se contraponen diseños de políticas top-down (de arriba hacia abajo) en detrimento de las políticas bottom-up (de abajo hacia arriba), omitiendo la riqueza de lo local y desplegando una clara hegemonía en la producción y diseño de supuestos saberes "expertos". Sin duda, algo que pensar para poder articular estos saberes en la acción directa del Estado.

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