"Los likes no salvan vidas. El dinero lo hace" nos sermoneaba Unicef en una de sus campañas de porno-pobreza hace años. Si para las organizaciones activistas ya era difícil obtener apoyo material, un nuevo fenómeno comenzó a obstaculizar sus realizaciones, la idea de que "un click" implicaba un acto efectivo de participación en ayuda de cualquier causa.
Para Talcott Parsons, el dinero era un medio de intercambio simbólicamente generalizado, y en la actualidad, bien podríamos considerar que los likes son el nuevo dinero, el nuevo símbolo de intercambio. En la cultura de las apariencias, el mandato de competitividad en redes sociales no sólo gira en torno a un eje frívolo, el Yo tiene una audiencia que mantener y acrecentar y a las narrativas de belleza o hedonismo, les ha surgido también su opuesto complementario, la opinión transada como mercancía, construyendo identidades con férreas convicciones que cambiarán el mundo. O al menos, hasta cerrar sesión.
"Hay muchos lugares donde dar la pelea, pero la gente ha descansado mucho en Facebook para eso, la gente cree que compartiendo una foto ayuda algo, que publicando un estado ayuda algo y se dicen contestatarios, pero cuando están en la mesa y alguien dice algo respecto del aborto ellos no dicen nada, se quedan callados. Hay que decirlo, hay que conversarlo con la gente real, que no sea Facebook el único lugar en donde te atreves a pensar, donde te atreves a ser quien eres", me comentaba una amiga.
Zygmunt Bauman definió este fenómeno como activismo de sofá, criticando la supuesta participación en diversos problemas públicos desde la comodidad del sofá a través de redes sociales, las que en rigor propician un diálogo superficial dentro de una zona de confort que evita las interacciones reales y más aún, los efectos reales.
Es curioso si observamos que uno de los rasgos de la identidad posmoderna es la apatía. El capitalismo hizo indiferentes a las personas así como lo hizo con las cosas, y la desafección a lo público como resultado del individualismo no debiera instalar como moda la apropiación de alguna causa; No a Dominga, Ni una Menos, Black Lives Matter, cada cambio en la foto de perfil con un filtro de bandera arco iris o de Apruebo, demuestran que la apatía no es un defecto de socialización, sino una nueva socialización flexible y económica, como nos explica Gilles Lipovetsky.
El problema sería el resultado de ese criterio economicista y laxo en el activismo, esto es, un compromiso vacío. ¿Qué es ser realmente activista?
Invitada por el colectivo "Mataquito Río Abajo", a inicios de este mes asistí al XI Encuentro de la Red por los Ríos Libres, en la cuenca del Mataquito, lugar donde se reunieron representantes territoriales desde el Norte Grande hasta la Patagonia, quienes llevan años organizándose por la defensa y protección de nuestros ríos y su gran biodiversidad de flora y fauna nativa.
Lo que presencié ahí no sólo fue a un grupo de activistas de verdad haciendo lo suyo, presencié algo más. Una unión armónica de almas. Si la palabra activista nos habla de acción, vi en ellos que para llegar a ésta, antes debemos ser coherentes en lo que sentimos, decimos y pensamos para luego actuar en consecuencia.
Max Weber, en "La política como vocación", desarrolla dos nociones fundamentales: la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. La política requiere pasión ya que consiste en la entrega a una causa y a los ideales que la inspiran, y esa pasión debe responder a la importancia real de una causa presentando fines objetivos, por lo que debe ir acompañada del sentido de responsabilidad. Ninguna de estas éticas es superior a la otra, y ninguna puede prescribirse a nadie en ninguna temática en particular.
Entonces, los activistas son quienes sienten convicción por una idea y actúan responsablemente de acuerdo a ella. Y esto no tiene nada que ver con pertenecer a una organización, postear en Instagram, marchar, o suscribir a una causa en change.org. Tiene que ver con un asunto de orden moral en lo público y ético en lo íntimo.
"Los actos no solo tienen 'valor por su éxito', sino también son valiosos por la convicción que encarnan", concluye Weber.
Tomar posición no es lo mismo que tomar postura, y en la era del individualismo que consagra a los narcisos como dioses, el que da su dedo hacia arriba cual César para apoyar una causa, puede sentirse activista si su actuar es ético en la materia.
¿Somos más activistas por pertenecer a un colectivo? ¿Si no marchamos, somos activistas? ¿Basta con sentir una causa en tu corazón? Cuando veo a mi madre salir por nuestro parque a recoger las latas que los inmundos dejan, sin marchar, usando Twitter, para mí no hay duda.Ella sí es realmente activista.
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