"A medida que ha venido creciendo la riqueza pública y privada, hemos debido observar que también han venido creciendo en número, en audacia y en habilidad los individuos que hacen del crimen su profesión habitual y el medio de ganarse la vida, atentando contra la persona y los bienes de los ciudadanos [es por esto que] La Policía de Santiago de Chile ha sido en América de las primeras, después de la de La Plata, en introducir en su oficina de identificación el sistema dactiloscópico de Vucetich, adoptado desde julio de 1903".
Las declaraciones antes mencionadas corresponden a Luis Manuel Rodríguez, secretario de la Prefectura de Policía de Santiago de Chile, quien participa, hacia 1905, en un encuentro inter-policías en Buenos Aires, Argentina. Y es que, a comienzos del siglo XX, con el trasfondo vívido de la cuestión social y con el emerger furibundo de las luchas obreras en dicho país, entre el 11 y 16 de octubre de 1905, se llevó a cabo este encuentro, liderado por Juan Vucetich, quien en esos años era toda una autoridad a la hora de hablar de mecanismos de control e identificación dactiloscópica. El encuentro, sirvió de base de intercambio de ideas en materia de control burocrático de lo que se entendía por delincuencia en distintos países de América Latina (aunque Vucetich, sabemos, asesoró en la técnica de la dactiloscopia, incluso en China, India, y varios países de Europa).
Así, y como sacado de la obra de Camus "État de siège" (Estado de Sitio, 1948), o como lo planteara un año antes Max Horkheimer, en su "Crítica a la Razón Instrumenta"l (1947), la técnica, convertida (como señala Gabriel Périès) en una verdadera tecno-logia, articuló el método de identificación de las huellas digitales, a una normatividad específica que le dará toda su dimensión social. Es decir, un paraíso foucaultiano.
A la luz del presente en nuestro país, en lo relacionado al debate por el control policial y sus facultades, nos interesa lo ocurrido a comienzos del siglo XX, sobre todo por el desarrollo de lo que en 1905 comenzó, primero, como una preocupación técnico-burocrática (pero profundamente política), respecto del control de la delincuencia, pero que luego amparó abusos policiales de distinta índole. El encuentro llevado a cabo en Argentina en 1905 no deja de llamar la atención, además, (por las jugarretas de Clío y Mnemosine), ya que ahí coincidirán las policías de la mayoría de los países de América Latina, concluyendo en la necesidad de un banco de datos cuya información esté disponible para los países que lo requieran, a la hora de investigar a un delincuente (incluyendo dentro del término delincuente a "los agitadores de gremios obreros, para perturbar con actos de violencia o de fuerza la libertad del trabajo, o para atacar las propiedades").
Tampoco podemos dejar de mirar de reojo, claro está, lo acontecido ya en pleno desarrollo de las brutales dictaduras del Cono Sur americano, cuando el Plan Cóndor, cuyo nido estuvo en unas frías salas de la calle Alameda en Santiago de Chile en 1975, también reunía -esta vez a militares- para concluir lo mismo que sus colegas policiales 70 años antes: La necesidad de intercambiar datos de subversivos, entre los países miembros de Cóndor. Lo subversivo incluía a gran parte de la población nacional que legítimamente se manifestaba por mejorar las condiciones de vida. Lo subversivo, como sabemos, dejó solo en Chile, miles de desaparecidos y varios miles más, víctimas de tortura. Es decir, la construcción social de la violencia, o de un tipo de violencia (la legitimada), cuyas raíces las podemos encontrar fácilmente a comienzos del siglo XX y que (no de manera lineal claro está), asomaron y azotaron fuertemente casi al terminar el mismo siglo.
Y ¿por qué nos interesa este asunto? Pues hoy, como adelantáramos, el debate en nuestro país está centrado en torno a las facultades que se dan o no a Carabineros en la lucha contra la delincuencia. El foco del debate ha estado, como suele ser, en la liviandad (Bauman una y otra vez nos recuerda la liquidez de todo) de más facultades y armas a carabineros para combatir la delincuencia versus carabineros atados de mano y desarmados. Es claro que se requiere un cuerpo policial fuerte, pero fuerte en formación profesional y valores democráticos al mismo tiempo que fuerte en preparación técnica y táctica para operar contra el crimen; fuerte en el respeto irrestricto a los Derechos Humanos, al mismo tiempo que fuerte y valiente en el combate al narcotráfico. Las zonas grises, los "intentos de..." que terminan con personas asesinadas por carabineros, esas zonas grises que bajo el rótulo de "lo delincuencial" puede amparar abusos y violaciones a los derechos humanos que, luego de revisar nuestra historia (reciente y no tanto), parecieran estar siempre como satélites en torno a nuestra historia, orbitando muy de cerca.
Aquí el debate debiera incluir aspectos como la concepción de poder, qué tipo de poder para qué tipo de sociedad ¿debemos mantener al menos en línea de flotación a la democracia? ¿Profundizamos los pilares democráticos sin que por esto se trastoquen valores y costumbres arraigadas en nuestra sociedad? ¿O, nos entregamos como borregos a los rubios designios populistas, de la extrema derecha que ve enemigos/as en todo lo distinto (casi siempre moreno)?
Es de esperar que, desde el Gobierno (y la oposición democrática), a 50 años del golpe de Estado sangriento que sufrió nuestro país, no se anden con medias tintas en esta materia, y valoren de manera responsable las lecciones de la historia y la memoria.
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