Envejecer en pobreza, un espejo de nuestras desigualdades

En Chile, más de 200 mil personas mayores viven en pobreza. Y lo hacen en un país que, por primera vez en su historia, ofrece a su población la posibilidad de llegar a los 80 años o más. Ese contraste -vivir más, pero muchas veces en precariedad- es el espejo más duro de nuestras desigualdades. Envejecer en pobreza no es un accidente individual. Es la consecuencia acumulada de carencias en educación, empleos precarios, falta de salud o vivienda digna. Cada exclusión vivida en la infancia o en la adultez se arrastra y se expresa en la vejez.

Es cierto: la pobreza por ingresos en la vejez ha disminuido gracias a políticas como la Pensión Garantizada Universal (PGU). Pero la fotografía sigue siendo inquietante. Más de uno de cada 10 hogares compuestos solo por mayores vive pobreza multidimensional, con privaciones en salud, vivienda, educación y participación. Un tercio de quienes superan los 65 años está en riesgo de desnutrición, 16% enfrenta inseguridad alimentaria y la prevalencia de demencias se multiplica con la edad: afecta al 8 % de los mayores de 60 y hasta a la mitad de quienes superan los 85.

Envejecer en pobreza significa no solo tener menos dinero. Significa vivir con menos salud, menos apoyos, menos redes y menos posibilidades de una vejez digna.

La pobreza en la vejez no es uniforme. Tiene rostro de mujer, porque ellas reciben pensiones 30% o 40% más bajas tras una vida marcada por el cuidado. Tiene rostro rural, en comunas donde los jóvenes emigran y los viejos se quedan solos. Tiene rostro indígena, en regiones donde la pobreza duplica la media nacional.

Y en su expresión más extrema, tiene el rostro de las personas mayores en situación de calle. Allí la pobreza se entrelaza con exclusión crónica, salud deteriorada y soledad radical. El envejecimiento en calle es acelerado: a los 50 se vive como a los 70. Los albergues actuales, pensados como refugios temporales, son inadecuados para acompañar una vejez larga. Se requieren modelos de vivienda digna con apoyos permanentes.

Chile vive una paradoja: vivimos más, pero no necesariamente mejor. La esperanza de vida supera los 80 años, lo que significa que la vejez ya no dura unos pocos años, sino dos o tres décadas. La primera etapa de la vejez, entre los 60 y los 74 años, es decisiva. Allí todavía hay margen para prevenir y mitigar los impactos acumulados en la vida. Allí podemos invertir en salud preventiva, redes comunitarias, educación continua y participación social. Ignorar esa ventana de oportunidad significa hipotecar los últimos años de vida de cientos de miles de personas.

Más años no deben significar más tiempo en fragilidad, soledad o dependencia. Deben significar más años de vida digna.

En contextos de pobreza también emergen estrategias de subsistencia y redes de apoyo. No es romanticismo: la precariedad nunca es deseable. Pero en sectores populares suele existir un capital social más robusto: vecinos que se llaman, se ayudan, se organizan. En sectores de mayores ingresos, en cambio, la vejez suele vivirse en mayor aislamiento. Como recordaba Zygmunt Bauman, la comunidad es ese lugar donde reconocemos las fragilidades de los otros porque compartimos las nuestras. Reconocer este tejido no significa idealizar la pobreza, sino valorizar la importancia de construir políticas que fortalezcan la comunidad como espacio de cuidado.

Envejecer en pobreza no es un destino biológico: es el resultado de estructuras sociales y decisiones políticas. Y como tal, puede cambiar. El desafío es doble: prevenir la pobreza a lo largo de toda la vida y también dentro de la propia vejez, acompañando, rehabilitando y cuidando. Eso exige avanzar hacia un sistema de cuidados universal, transformar los albergues en espacios dignos y estables, y garantizar salud y participación para todos los mayores.

Hoy, cuando Chile inicia un nuevo ciclo electoral, los candidatos y candidatas presidenciales tienen una tarea ineludible: decir con claridad qué lugar ocuparán las personas mayores en sus programas de gobierno. No basta con hablar de crecimiento económico o seguridad; la dignidad de la vejez debe ser un eje central.

Hay sectores que incluso han sugerido recortar beneficios previsionales como la PGU. Ese tipo de planteamientos, de materializarse, implicarían retroceder décadas en derechos sociales. Por eso es urgente que la ciudadanía sepa qué proponen quienes aspiran a conducir el país: ¿van a proteger y ampliar la seguridad económica y los cuidados de las personas mayores, o van a reducirlos? La vejez de un país no se mide en la cantidad de años alcanzados, sino en la dignidad con que esos años se viven. Envejecer en pobreza es el espejo más crudo de nuestras desigualdades. Los presidenciales tienen en sus manos la posibilidad -y la responsabilidad- de cambiarlo.

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