Historia de una madre

Con su hijo en brazos, luego de un trayecto de casi una hora en micro, se baja y camina hasta el puente desde donde se puede ver el jardín en que Matías aprende a hablar. No es fácil, no ha sido fácil para ellos. Un diagnóstico temprano reveló hipoacusia y comenzó un camino complejo de especialistas que no estaban disponibles. Ella es jefa de hogar, madre muy joven de otro hijo adolescente, no pudo terminar segundo medio y entre trabajos esporádicos se bate. Hace algunos meses entró a trabajar en una casa como asesora del hogar. No sabe cuánto tiempo va a poder seguir ahí, y no es porque tenga problemas con sus jefes, si no porque esta semana han llamado ya tres veces del nuevo colegio. El Pocho (su hijo adolescente) golpeó a dos niños la última vez. Anteriormente, agredió al profesor de educación física y se arrancó saltando la reja.

Siempre fue su regalón, de chiquitito dormía con ella y hacían todo juntos. Pronto una nueva pareja y un hermanito disputarían los tiempos de mamá. Pasaron los años y toda la atención se volcó a Matías. La mamá se quedó sola y tuvo que buscar trabajo fuera de la casa, muy lejos, cada tarde cansada llegaba apenas para preparar la colación. Con el tiempo y pese a las dificultades fueron saliendo adelante. Pero el Pocho crecía, ya con 13 años comenzó a tener amigos en el barrio que fueron más importantes que el colegio o los consejos de la mamá. Otros papás comentaban los problemas con sus hijos, algunos pedían el cambio de curso o la expulsión del Pocho, pronto ya era tema obligado de las reuniones de apoderados.

No fue necesario que insistieran, luego de la pandemia no volvió a clases. Era uno más de los 50 mil que no lo hicieron. Sólo hace pocos días un nuevo colegio lo acogió, aun sabiendo las dificultades que tenía. Sin embargo, los últimos episodios de violencia estaban cerrando una nueva puerta. Desesperada buscó apoyo, pero poco había para niños de su edad, tampoco había posibilidades de un diagnóstico clínico que le diera cobertura para un programa. La espera era enorme, miles de niños sin atención ambulatoria, sin acceso a psiquiatras ni psicólogos. Hoy son 28 mil los niños que están en listas de espera del Servicio Mejor Niñez, es por lejos la mayor catástrofe en la niñez de los últimos años, niños bajo el mayor riesgo físico y mental.

Familias abandonadas a su suerte, sin apoyo que les permita lidiar con realidades muy complejas como el consumo de alcohol y drogas, la violencia o la exclusión escolar, sin oferta preventiva sólida y con evidencia en el territorio.

¿Esperar? quizás hasta cuándo, no quiere llegar a la urgencia con el Pocho en camilla; el Pochito, ¡su niño!, el que hacía reír y le dibujaba corazones en la servilleta. No necesita las disculpas ni arengas de las autoridades, tampoco promesas que no cumplirán, quiere respuestas ahora. Él no es un número más; Él es su vida entera.

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