La soledad en las personas mayores: Diversos rostros de una experiencia compleja

La soledad a lo largo de la vida y especialmente en la vejez está cobrando un interés inusitado por el aumento que se percibe en la experimentación de esta y en especial por el negativo impacto que lleva consigo en la calidad de la vida de quién la sufre y en los costos sociosanitarios que demanda.

La soledad adopta múltiples formas y va más allá de la simple falta de compañía. A medida que las personas envejecen, la soledad puede ir de la mano de una profunda desconexión emocional, existencial o social. Aunque algunos la perciben como una experiencia aislada, sus raíces son más profundas y variadas de lo que podríamos imaginar.

Carlos, un hombre de 80 años, ha visto cómo muchos de sus amigos cercanos han partido o se han mudado a otros lugares. Aunque su familia lo visita de vez en cuando, no cuenta con un círculo social cercano ni actividades comunitarias en las que participar. Se siente excluido de la vida social y su día a día transcurre sin interacciones significativas. Carlos experimenta soledad social.

Ana, de 75 años, quedó viuda hace una década. Aunque sus hijos y nietos la visitan, siente que nadie la comprende realmente. La falta de una relación íntima con alguien cercano le provoca una profunda tristeza. A pesar de estar rodeada de familiares, la carencia de una conexión emocional profunda la hace sentir vacía. La soledad emocional es el tipo más íntimo de aislamiento. Aunque una persona mayor pueda estar rodeada de seres queridos, la falta de una relación emocional significativa puede llevar a la persona a sentirse abandonada o desconectada emocionalmente.

La muerte de un cónyuge es una de las experiencias más dolorosas y solitarias en la vejez. A Josefina, de 68 años, la pérdida de la pareja con la que compartió muchas décadas le crea un vacío difícil de llenar que la lleva no solo a un dolor emocional, sino también a la sensación de estar desorientada en la vida cotidiana.

Juan, de 70 años, se jubiló hace poco después de una exitosa carrera. El trabajo le daba un propósito claro y un espacio para las interacciones sociales. Ahora, en su retiro, se siente perdido, cuestionando su valor y qué lugar ocupa en el mundo. La falta de roles definidos, como ser un trabajador activo o el cuidador de una familia, le provoca sentimientos de inutilidad y desconexión.

Felipe, de 85 años, empieza a cuestionarse el sentido de su vida. A medida que envejece, la muerte de amigos cercanos y la cercanía de su propia finitud le provocan una sensación de desconexión con el mundo. Aunque su familia lo cuida, se siente distante de todo, como si ya no tuviera un lugar en la sociedad. La soledad existencial se refiere a la desconexión interna, donde las personas mayores se enfrentan a preguntas profundas sobre la vida, la muerte y el propósito de su existencia.

Marta, de 78 años, sufre de artritis severa que le impide salir a caminar o participar en actividades que solía disfrutar. Aunque cuenta con el apoyo de familiares, sus limitaciones físicas la han dejado atrapada en su hogar, aislada de las interacciones sociales. Las personas mayores con problemas de salud o movilidad reducida se enfrentan a una soledad particularmente difícil. La incapacidad para moverse libremente puede impedirles participar en actividades sociales, lo que incrementa el aislamiento social.

Luisa, de 74 años, tiene hijos y nietos, pero estos viven lejos y no pueden visitarla con frecuencia. Aunque hablan por teléfono, siente que no tiene una conexión real con las nuevas generaciones. La falta de interacción con los más jóvenes la deja sintiéndose desconectada de la sociedad. La desconexión entre generaciones puede generar una sensación de soledad en las personas mayores, que sienten que no tienen un lugar o relevancia en la cultura actual. La falta de diálogo intergeneracional también puede dificultar su adaptación a los cambios sociales.

¿Por qué es relevante conocer sobre Carlos, Ana, Josefina, Juan, Marta y Luisa? Básicamente para comprender que la soledad no tiene un solo rostro. Puede presentarse como una falta de compañía, una desconexión emocional o existencial, o como una ausencia de propósito y roles en la vida. Aunque cada tipo de soledad tiene sus propias características, lo que es común en todas estas experiencias es que pueden tener un impacto profundo en la salud física y emocional de las personas mayores. Sin embargo, es importante reconocer que, aunque la soledad es una realidad difícil de afrontar, existen formas como enfrentar lo inevitable y prepararnos para aquello. A nivel individual, previniendo circunstancias agravantes, como cultivar relaciones variadas y nutritivas, entre otras; y como sociedad, reflexionando y actuando colaborativamente en entender, acompañar e intervenir en factores los factores que la condicionan y que influyen como por ejemplo el delinear espacios para nuevos propósitos en esta etapa de vida cada vez más extensa...ahhh y eso no es solo actividad.

Hoy en nuestro país este es un problema mayor que afecta a un conjunto significativo de ciudadanos que aún no ingresa al debate ni a la agenda de políticas públicas. Sería bueno que comenzáramos a conversar sobre ello.

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