En una semana más cumpliremos un año desde que fue detectado en suelo nacional el primer caso de COVID-19. Dicho caso emblemático representa muy bien los niveles de desigualdad presentes en nuestro país, pues se trata de una persona de 33 años quien estuvo durante un mes por distintos países del sudeste asiático. ¿Qué mejor ejemplo para demostrar los niveles de desigualdad de ingresos que un ciudadano que, a través de sus ingresos (propios o a crédito), haya realizado un viaje que tuvo por consecuencia el inicio de la pandemia en nuestro país? Claramente el ingreso del virus a Chile era inevitable, pero resulta anecdótico que quién tuvo más acceso al crédito y, por ende, mayores ingresos mensuales, sea quien introdujo un virus igual de letal que la misma desigualdad.
La desigualdad en Chile es algo ya comentado y descrito en diversos espacios académicos, políticos y económicos, pero es pertinente sentarnos a reflexionar sobre los efectos de la pandemia de la desigualdad (y por COVID-19). Es necesario hacer el punto ya que durante este año se han ratificado una serie de falencias a nivel político-institucional, tecnológico y económico.
En primer lugar, el desconocimiento de muchas autoridades frente a los niveles de hacinamiento en Chile y en especial en la región Metropolitana, donde existen comunas donde la calidad de vida pareciera cercana a los países escandinavos, mientras otras tiene serios déficit de servicios básicos. Ejemplo de la desafección antes mencionada, es lo ocurrido en mayo del año 2020, donde el ex ministro Mañalich nos muestra lo peor de la política nacional, demostrando el nivel de desarraigo de las autoridades de gobierno frente a las sentidas necesidades de la mayoría de la población, dejándonos la siguiente frase: "hay un nivel de pobreza y hacinamiento del cual yo no tenía conciencia de la magnitud que tenía" , dejando claro su nulo conocimiento del Chile profundo, o no tan profundo.
En segundo lugar, las brechas existentes son diversas, pasando por las desigualdades en las áreas verdes por comunas, hasta la calidad y disponibilidad de dispositivos tecnológicos (computadores, notebooks, smarthphones, internet fijo, internet móvil, etc.) Lo anterior sigue siendo un desafío para la salud mental de nuestros docentes y estudiantes, quienes han debido afrontar un año ligado a las desigualdades de acceso a servicios que antes eran para una elite, pero que ahora se han democratizado, o eso creíamos ingenuamente.
Por último, existe un desafío económico no menor, pues si bien el Fondo Monetario Internacional proyecta una tasa de crecimiento de 5,8% para el año 2021, lo que es esperanzador para los desafíos post-vacunación, pero la marcada desigualdad presente en nuestro país no permite que saquemos cuentas alegres en relación a estas tasas de crecimiento, ya que han sido las grandes corporaciones y grandes empresas las que han podido sobrellevar de mejor manera esta pandemia, y son en su mayoría los dueños y altos ejecutivos de estas empresas, los que están ubicados en la denominada cota mil de los ingresos nacionales, no así quienes han perdido sus empleos y han tenido que tomar sus ahorros previsionales para sobrellevar los efectos económicos de esta crisis, pero peor aún, son aquellos que han tenido que tomar la decisión de asumir deudas en el sistema financiero para poder alimentarse y vestirse en medio de la presente crisis, porque efectivamente el acceso al crédito ha aumentado, pero este último ha permitido que existan millones de chilenos y chilenas endeudados con grandes sumas de dinero, deudas que se arrastran, en algunos casos, desde antes de la pandemia.
En definitiva, las desigualdades en nuestro país se han visto acrecentadas producto de una pandemia que ha desatado una crisis económica que ha afectado, incluso, a la economía informal, dado que el miedo al contagio por COVID-19, generó una baja reacción por parte de los actores económicos, quienes dejaron la fuerza laboral para proteger a sus familias (inactivos potencialmente activos). El principal problema es que cuando esa fuerza laboral se vuelva a incorporar, las tasas de desempleo aumentarán.
Finalmente, las desigualdades seguirán presentes mientras no exista un cambio en las políticas fiscales y distributivas, que permitan nivelar las oportunidades para quienes tienen menores ingresos.
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