"Personalidades egocéntricas e individualistas están tras quienes no se cuidan del Covid-19", titulaba un medio nacional hace exactamente un año.
El tiempo ha pasado y es fácil pensar que el virus ha tenido a un ejército de narcisos posmodernos dispuestos a expandir su huella de miseria y muerte. Qué más podría esperarse de los hijos de la sociedad de consumo, cautivos de las apariencias, el hedonismo y la competitividad, criados sin el sentido de lo comunitario, la empatía, el respeto y la entrega.
El individualismo nunca había sido tan mortal.
Pero esa condena al covidiota, el juicio al actuar inconsciente y egoísta que muchos han tenido, es más que una crítica al narciso posmoderno, es en realidad la reacción propia de una sociedad en estado de neurosis.
La neurosis, entendida como un estado mental de contradicción, se ha apoderado de nuestra psique producto de una serie de cambios obligados en nuestro modus vivendi a causa de la pandemia, pero, estos cambios por sí solos no son los responsables de nuestro estado neurótico.
El agente que potencia día a día nuestra neurosis, es nuestra propia autoridad. La incapacidad de un Estado cuyos órganos sobreviven con respirador artificial después del estallido social, ha llegado a un punto tan crítico de medidas sanitarias inconexas, sin visión sistémica y peor aún, sin calle, que nos lleva a querer golpearnos la cabeza contra la pared ante tanta incoherencia.
La última crisis neurótica nos la gatilla la suspensión del permiso de desplazamiento los fines de semana en comunas en cuarentena. "¡En qué minuto voy al supermercado si este sistema me tiene 9 horas trabajando y cuando salgo todo está cerrado!", se desahogaba alguien en Twitter. Los malls han seguido abiertos, el transporte público continúa con personas atestadas, las fronteras todavía están abiertas. Nadie entiende nada.
Lo curioso es que este estado de neurosis lo venimos viviendo desde hace un año y aún la olla a presión no explota realmente ¿Qué es lo que nos mantiene, aunque sea frágilmente, con algo de cordura?.
El súper yo ha surgido como la vía de escape ante el conflicto de la mente y el cuerpo que deben ceder frente al estado neurótico del encierro del afuera. Su mecanismo, una fachada de moral sanitaria que esconde en su discurso la agresión y satisfacción conjunta que nace de la culpa narcisista.
Sobrevivir a un gobierno que nos mantiene neuróticos, ya sea con o sin intención, sólo ha sido posible porque hemos desarrollado un narcisismo anómalo ante la voz moralizadora que nos indica el deber ser pandémico, reemplazando el estilo de vida light y hedonista que acostumbrábamos por un devenir cargado de culpa como medio de aumentar nuestra satisfacción de modo inconsciente.
Tras meses de restricciones, nuestros cuerpos en el toque de queda del placer y la libertad han enfrentado una dura tensión entre las triadas disciplina-vigilancia-castigo versus control-monitoreo-regulación en manos del Estado. La primera, entendida como sociedad disciplinaria, ha liderado en nuestra idiosincrasia donde todo lo solucionamos con leyes, aumento de penas y multas delegando en el castigo la garantía de conducta.
Sin embargo, la incapacidad de nuestro Estado ha hecho inviable una vigilancia eficiente y correctiva de los covidiotas, quedando entonces apelar a la sociedad de control, la segunda, que pretende la libertad relativa de nuestro comportamiento con un discurso moralizante soterrado, que nos regula a través del miedo y que busca equilibrar nuestra conducta con la meta de la prevención.
La renuncia consensuada.
Si ya no salimos cuándo, dónde y con quién queramos, si hemos adoptado hábitos compulsivos de higiene, si nos alejamos de los otros lo que más podamos y mientras más lo hacemos, más sufrimos y más nos confortamos en el vía crucis pandémico del yo que renuncia al placer, es esperable que algún idiota, ese que no se interesa por los asuntos públicos, encarne en sí mismo esa válvula de escape que toda sociedad en algún momento necesita para sublimar la tensión que es incapaz de contener en su totalidad.
Así, aquellas personalidades egocéntricas e individualistas, los covidiotas del titular, no son más que producto de la negación social de nuestra neurosis. La pandemia terminará algún día, vacuna mediante, pero la neurosis seguirá mientras persista el estado de contradicción en cómo nos definimos y creamos sociedad.
Si nos quejamos de las autoridades, pero seguimos eligiendo a los mismos, si detestamos nuestro trabajo, pero no buscamos otro, si no queremos a nuestra pareja, pero seguimos con ella, y así tantas otras contradicciones, continuaremos cautivos y no podremos culpar ni a un virus ni a un Estado de nuestra propia locura.
El modo de ir contra esta neurosis sería algo muy new age, volver al momento psíquico más arcaico, al sentimiento oceánico. Un momento narcisista sin la anomalía de la culpa, donde el yo se diluya en la masa y estemos todos en la misma, identificados, unidos, renunciando al yo que es lo que finalmente conflictúa la vida social.
Pero no se puede ser uno con la autoridad. Sentir identificación con el Estado haría que el propio Estado se disolviera. Qué locura sería pensar una sociedad sin autoridad ni Estado... Por ahora, tenemos un respiro gracias a nuestro propio gobierno neurótico, que se vistió con su traje de especulador y aseguró cuando no existían millones de dosis del gran calmante que ahora nos da tregua.
Pero el diagnóstico no mejora. La neurosis recién comienza.
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