Septiembre, desde hace 50 años, ha sido un mes en el que de mejor forma constatamos la alienación social a la que hemos estado expuestos como país y como ciudadanos, tras el golpe de Estado civil-militar.
Durante 17 años, sistemáticamente, los medios de comunicación y todo el espectro favorable al dictador inhibieron con un discurso mentiroso la memoria histórica de un pueblo que fue asesinado, desaparecido, torturado, expulsado y/o silenciado de distintas maneras. La lista de desaparecidos forzosamente es larga, hoy sabemos que son principalmente pobladores, dirigentes sindicales y sociales, profesores/as, académicos, estudiantes universitarios, y adolescentes.
Alfredo Zamudio, director del Centro Nansen para la Paz y el Diálogo, de Noruega, señalaba en una entrevista que "si pusiéramos una cruz por cada desaparecido entre el Palacio de la Moneda y el Congreso en Valparaíso, habría una cruz cada 100 metros aproximadamente".
En esa amarga impunidad se va inscribiendo también una alienación histórica, que apoyada por una Constitución y el silencio cómplice que tuvieron muchas veces el Poder Judicial y las Fuerzas Armadas, nos va violentando sistemáticamente al negarnos el derecho a una verdad, que se va disolviendo como un imposible, mientras el sonar de una cueca y los sones de la marcha Radetzky nos dicen que son las Fiestas Patrias.
Casi no alcanzamos a secarnos las lágrimas, porque la fiesta de-chilenidad se va instalando en los medios como ideología felicista, también ocupada por la derecha y centroderecha política para silenciar y mensajear "la vuelta de la página" hacia los horrores de la dictadura y el progreso económico prometido. Al mismo tiempo, que se van sectorizando socialmente las fondas, junto con evaluar los retornos económicos de este negocio turístico que coincide con el ingreso de la primavera. Así por 50 años.
Esta adaptación social, forzosa y normalizada, es enferma. Nos hace daño y sigue presente en los discursos paradojales de la derecha y extrema derecha, que se han vuelto a evidenciar frente a la conmemoración de los 50 años, a la fractura de la democracia chilena. Ellos/as no han aprendido con el dolor de sus compatriotas, que nunca podemos matar por pensar distinto, por ser diferentes. Que nunca podemos matar. Que la violencia efectivamente es un monstruo que no podemos parar cuando se desata y por eso hay que redimir la monstruosidad humana desde el perdón.
Sí. Desde el perdón. Todes estamos llamados como seres humanos a dar perdón y a pedir perdón, pero para dar perdón, los humanos, necesitamos que nos lo pidan y también que se repare el hecho. Ello implica que en el tiempo, podamos ver que nunca más se repitió el daño. Como país, hay mucho que hacer todavía para pedir perdón y recibirlo.
Lo primero es abordar sin revanchismos la política de Estado Plan Nacional de Búsqueda Verdad y Justicia, que instala la memoria histórica como un hito país para esclarecer todos los procesos de búsqueda de víctimas de desaparición forzada, reparando el dolor y la angustia de las familias de 1.469 compatriotas desaparecidos y/o ejecutados. Hacer esta búsqueda, nos permitirá aprender a construir otra historia, y sin duda, se podrán revisar los 30.000 recursos por víctimas desaparecidas interpuestas por la Vicaría de la Solidaridad en esos años, al mismo tiempo que podremos revisar las 20.000 adopciones ilegales que se hicieron en dictadura, sin consentimiento de madres y en complicidad de hospitales públicos, personal de salud, hogares infantiles y guarderías.
Confío que con este Plan Nacional de Búsqueda podremos superar estos dolores como país para que en el futuro próximo, los nuevos septiembres que vienen, sean verdaderamente con Memoria, Fiesta y Primavera.
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