Discrepo de las declaraciones de Sebastián Edwards sobre las Humanidades. "Yo cerraría las Becas Chile en Humanidades por 10 años. Sólo las daría a ingeniería aplicada (...) no hay que darle facilidades a carreras que no tienen futuro", afirma.
Más bien tiendo a coincidir con Sergio Urzúa, economista y profesor de la Universidad de Maryland, quien afirma que existe un resurgimiento en los países desarrollados de alternativas centradas en la comprensión del comportamiento humano, en el pensamiento crítico y analítico, en la creatividad y la comunicación. "Es el notable boom de las Humanidades", afirma en una columna.
Según Urzúa, el desafío pasó del "¿cómo hacerlo?" al "¿para qué hacerlo?". El primero, lo resolverá seguramente la inteligencia artificial. El segundo, el Pensar Meditativo del que habla Heidegger en su conferencia "Serenidad", ese pensamiento que se detiene junto a las cosas, que las piensa y las contempla, y que sigue haciendo las grandes preguntas que dieron origen a Occidente.
Poner todas las fichas en las ingenierías y "bajar" a las humanidades es una apuesta riesgosa que ignora los enormes desafíos de una tecnología que avanza sin plantearse preguntas éticas, una digitalización nihilista como afirma el ensayista español José María Lassalle.
El "ninguneo" de las Humanidades ha tenido desastrosas consecuencias en el país, la pérdida de las virtudes cívicas tiene algo que ver con eso. Justo hoy lo que más necesitamos es recuperar espacio para las Humanidades, no reducirlo. Humanidades que piensen los problemas y dilemas de nuestro tiempo, no atrincheradas en sí mismas sino en conversación con las ciencias y la tecnología.
Por lo demás, en Chile la máxima excelencia a nivel internacional la hemos alcanzado con nuestros poetas tanto o más que con nuestros ingenieros. Yo más bien sueño con un país humanista, como el que soñó Andrés Bello cuando dijo en su discurso -al asumir como primer rector de la Universidad de Chile- que "todas las verdades se tocan".
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