Un reportaje central de la revista inglesa The Economist, titulado "Rise of the superhumans" (El nacimiento de los super humanos), hace referencia al magnate tecnológico norteamericano Bryan Johnson, quien lleva una vida llena de excentricidades con objeto de extender su existencia y atrasar su envejecimiento, su historia incluso puede verse en la plataforma Netflix.
Pero lo que ocurre con Johnson no es un caso aislado, sino que una tendencia impulsada por un grupo de billonarios liderados por Elon Musk, quienes no solo buscan retrasar la muerte, sino que también mejorar a los humanos en diversos aspectos mediante la creación de chips cerebrales para interactuar con máquinas y medicamentos que les permitan aumentar sus capacidades físicas y mentales.
Si bien a simple vista esto puede parecer ciencia ficción, también lo era hace algunos años la inteligencia artificial o la automatización. Pero si algo nos ha enseñado la historia reciente, es que veremos avances relevantes en esta área más temprano que tarde.
Para lograr que estos avances beneficien a toda la humanidad, será urgente avanzar en una regulación que reduzca los riesgos propios de la experimentación y que permita que los descubrimientos y proyectos de mayor impacto lleguen rápidamente a la comunidad científica general. De no lograrse esto, la desigualdad crecería exponencialmente. Así, la diferencia entre personas no sería solo social o económica, sino que también genética.
De esta manera, quienes tengan mayores recursos vivirán más, serán más veloces, fuertes e inteligentes que el resto. Incluso Elon Musk, fundador de Neuralink, empresa de chips neuronales, ha señalado que en un mundo de máquinas inteligentes, solo quienes logren realizar simbiosis con la inteligencia artificial podrán mantenerse relevantes en el futuro. La realidad está a pocos pasos de superar a la ficción.
Si bien uno podría pensar que faltan años o incluso décadas para que veamos los primeros logros en el área, nunca es tarde para comenzar a tener la necesaria conversación sobre como queremos adoptar como país esta nueva visión de la medicina y el mejoramiento de los humanos, para que no nos pase lo mismo que con los datos personas, donde la regulación llegó casi dos décadas tarde o con la regulación de la inteligencia artificial que aún se encuentra en pañales.
Incluso es importante abrir el debate sobre cómo debemos avanzar en la regulación del explosivo crecimiento del conocimiento, ya que la realidad avanza mucho más rápido que la legislación que la busca regular, una distancia que solo seguirá creciendo, y que incluso ha llevado a que algunos autores señalen que la inteligencia artificial puede autoregularse de mejor manera que los propios legisladores. Por todo esto y a la luz de los acontecimientos, es necesario cuestionarnos cómo modernizamos nuestro proceso regulatorio ante el avance sostenido de las tecnologías antes que sea demasiado tarde.
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