Poquita fe

Durante una vacaciones algo pirulas en el Sur, pasamos a un Resort.Precioso el paisaje, estrechas las habitaciones, elevado el precio cobrado y lo peor, la atención de los encargados. Un botón de muestra:

Señorita-dije al salir de la piscina termal transpirando como suele ocurrir en tales circunstancias-, no hay agua.

-No sé nada yo.

Pero yo necesito beber agua, soy hipertenso.

-Es que hemos pedidos dos o tres veces a bodega que nos manden agua y no llega fíjese.
(Fin de la primera escena)

Algunos cronistas , como nuestro embajador en Francia y Premio Nacional, Jorge Edwards, podrían sumarse al ejemplo vacacional de más arriba , al decir que en muchas empresa privadas,alguna aefepeables, el servicio y la atención dispensada desmerece frente a muchos servicios públicos.
(Segunda escena)

A página completa , leo la nómina de las empresas que han sido multadas por la Dirección del Trabajo por llevar a cabo "prácticas anti sindicales” sea que ellas hayan consistido en negar permisos sindicales, presionar a los trabajadores para que no se sindicalicen, despedir arbitrariamente a los dirigentes, negarles su fuero, etc.

Para colmo una de ellas, empresa de transportes interurbanos de pasajeros, aparece reiteradamente involucrada en accidentes de carretera por negar el derecho a sueño suficiente a sus choferes. Véase ministra Matthei, y adivinará buen adivinador.
(Tercera escena)

¿Qué relación tienen estas tres escenas entre sí? ¿No será “chancho en misa” como decíamos antes?

Veamos

¿Qué reacciones en el clima interno de una empresa genera una práctica antisindical?

No hay que ser demasiado macuco para concluir que presiones a los colaboradores para que no hagan uso del derecho consagrado a la sindicalización, la deslegitimación de los dirigentes, la persecución para que “les cueste caro” el cargo, etc., llevan a cualquier trabajador de esa empresa, a la siguiente interpretación: “Juzgo que unirme a otros para defender mis derechos es peligroso, tengo temor de hacerlo pues ello traerá consecuencias para mí y mi entorno familiar. Puedo ser despedido”.

¿Cuál será en tal caso la emoción subyacente al interior de la empresa? Si, le apuntó medio a medio, querido lector: el miedo.

El miedo es una de las cuatro emociones básicas de que estamos dotados los humanos, junto a la alegría, la tristeza y la rabia.

El temor nos acompaña siempre y bajo determinadas circunstancias nos ayuda a auto conservar nuestra integridad, como ocurre cuando apuramos la carrera en medio de la luz amarilla y vemos acelerar la oruga del Trasantiago. Cuando tenemos miedo, tenemos a mano solo dos acciones posibles: la huida o la defensa.

Ahora bien –y volviendo al tema-, cabe hacerse entonces la legítima pregunta.

¿Qué motiva a la empresa a crear en sus trabajadores esta emoción tan básica del miedo?

Especulemos un poco. Podría estar detrás el temor a perder el control. Efectivamente, es más maleable un individuo aislado que un grupo de personas unidas por un propósito común.

El temor empresarial a que unidos, los colaboradores se defiendan mejor, pidan aumentos, generen pliegos más exigentes. ¿Qué hay aquí, en esta hipótesis? Nuevamente miedo.

También podría ocurrir que la motivación sea pagar menos salarios, imponer verticalmente los criterios “de la superioridad”, establecer la obediencia, la sumisión, etc.

Entonces tenemos instalada una relación motivada por el miedo que genera más temor. La parte más fuerte- la empresarial-, al poner “la pata encima” obtiene una victoria pírrica, y al final, un balance más bien negro.

¿Por qué? Porque si hay algo que no posibilita el miedo es la generación de confianzas. El miedo y la confianza son como el agua y el aceite.

Sentimos confianza cuando tenemos al frente a alguien que cumple al menos la ley, ese rasero fundamental de toda convivencia ; que nos hace creer , tener fe que en el futuro se repetirán, en la convivencia, las mismas manifestaciones de respeto y de sinceridad que ya han ocurrido en el pasado.

Como frágil cristal que es, la confianza se rompe cuando alguien – usted, yo, el de enfrente- juzga que las promesas no se cumplirán, que los que se me está diciendo es insincero-no cuadra el decir con el hacer, la conversación privada con la pública-, que se repetirá esa falta de legitimidad de que me han hecho víctima en el pasado.

¿Y qué ocurre cuando la confianza brilla por su ausencia? Pues que el colaborador adoptará puras conductas defensivas, y, por cierto, no estará disponible para compromisos mayores.

De modo que, cuando en una tienda el vendedor lo rete por pedir lo que desea, cuando en un banco vea a un cajero hablando por teléfono, impávido frente a su cara de urgencia, cuando en el restaurant el pedido del mozo no ande ni por las tapas con lo que usted le encargó y además responda a su reclamo con cara de pocos amigos.

Cuando el resort sea caro y malo y la dependienta supuestamente encargada de su confort no le ofrezca ni un vaso de agua, desnudando así la falta de coordinación y compromiso –“lo que pasa es que de bodega no nos llega el pedido”-, sepa que detrás de todo eso puede haber una gestión empresarial basada en el temor, la verticalidad, la falta de respeto a los derechos laborales.

Y, con certeza un liderazgo obsoleto, basado en la fuerza, la imposición y el control, cuando no en el abuso como en el caso de estas empresas sancionadas por prácticas antisindicales. El reino de la “poquita fe”, como dice el bolero.

Todo lo contrario a la confianza, generadora de colaboración y de compromiso. Y se me ocurre que por ahí – en la actitud más que en las declaraciones rimbombantes-, anda la buena ruta al desarrollo, sobre todo en un país que quiere ganarse la credibilidad mundial, exportando algo más que piedras y papas.

Parece que nos falta…

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