Hace un par de días estuve en un encuentro con venezolanos que han llegado hace poco tiempo al país. Es un grupo de contención, acompañado de un psicólogo y de un par de coach. La finalidad es que cada una de estas personas pudiera compartir el modo cómo ha ido viviendo su inserción en Chile, pero también cómo ha ido viviendo el desgarro de dejar familiares, amigos y pertenencias en Venezuela.
En varias de las sesiones hubo dolor, lágrimas, tristeza por la situación que viven los suyos, por la incapacidad de ayudarlos más y por las mismas dificultades de encontrar algo que les permita afirmarse y desarrollar su vida acá. Todo eso mezclado con momentos de risas que nacen cuando todos estamos en compañía de otros.
El caminar de este grupo cerró este año con una cena de Navidad: hallacas, pan de jamón y ensalada. Todo preparado con mucho cariño. La idea era regalarse un momento de paz y amistad.
En un momento, alguien sugiere cantar aguinaldos, una especie de villancicos venezolanos. ¡Qué transformación se vivió en ese momento! ¡Una inmensa alegría invadió al grupo y a cada uno de los que estaban ahí!
Todo servía para acompañar la interpretación, las manos, el servicio, los platos, la mesa. Los rostros que habían estado llenos de dolor y pena ahora estaban traspasados de alegría.
Era el recuerdo de su tierra, de sus tradiciones, de sus familias, sí. Sin embargo, era también la constatación de lo que significa el nacimiento de Jesús en nuestras vidas.
Para esto nace Jesús, para acompañar especialmente a quienes les hace falta consuelo, paz, esperanza.
Busquemos la canción, el villancico, que más nos gusta. Cantémosla con el corazón desbordado y la voz exultante, y sentiremos cuánta verdad nos trasmiten esas palabras.
Cada uno de los que estuvo en ese encuentro volvió a sus hogares, todo seguía igual, pero todo cambió. Eran los mismos, pero eran otros. Igual que los pastores que fueron a ver al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
¡Feliz Navidad!
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