¿Y para qué?

En 1963, Heinrich Böll, destacado escritor alemán, publicó un breve relato en el que narra la conversación entre un turista estadounidense y un pescador en la cantina de un pequeño pueblo. Después de intercambiar unas cuantas palabras, el turista, intrigado, le pregunta al pescador cuántas horas trabaja al día. Con absoluta normalidad, el pescador responde que unas dos o tres horas.

"¿Y qué hace el resto del día?", pregunta sorprendido el turista. "Pues mire", responde el pescador, "me levanto tarde, pesco un par de horitas, juego con mis hijos, duermo la siesta con mi mujer y, al atardecer, salgo con mis amigos a beber unas cervezas".

El estadounidense, desconcertado, señala: "¿Y por qué no trabaja más?". "¿Y para qué?", responde el pescador. La pregunta descoloca al turista, que no puede creer que la respuesta no sea evidente. Decide entonces explicarle que, si trabajara más, podría ahorrar dinero y eventualmente abrir su propio negocio comercializador de pescado. Pero el pescador, imperturbable, vuelve a preguntar: "¿Y para qué?". Esa respuesta comienza a desesperarlo. Obligado a fundamentar con más énfasis, el turista enumera las ventajas del crecimiento económico: abrir sucursales en otras ciudades y países, cotizar acciones en la bolsa, volverse millonario... a cada argumento, el pescador responde con la misma pregunta: "¿Y para qué?".

Cansado y ya sin muchas fuerzas, el turista lanza su gran conclusión: "Pues así, cuando se jubile, podrá retirarse tranquilamente y venir aquí mismo, a este pueblo, a levantarse tarde, pescar un par de horas, jugar con sus nietos, dormir la siesta con su mujer y salir con los amigos a beber unas cervezas".

El objetivo de Böll al publicar esta historia era realizar una crítica al capitalismo moderno. Nos invita a reflexionar sobre cómo muchas veces nos sumergimos en un sistema de estrés, competencia e individualismo para perseguir -años después- exactamente aquello que, en esencia, ya tenemos: paz, tiempo y tranquilidad. Más allá de estar o no de acuerdo con ese "propósito de vida", lo valioso del cuento es la pregunta con la que el pescador responde a todas las argumentaciones del turista: "¿y para qué?".

¿Para qué nos sometemos al estrés, a la competencia constante, al individualismo? ¿Cuál es nuestro propósito? Esa es la pregunta que debemos responder si queremos sobrevivir a este mundo turbulento y exigente. ¿Para qué nos levantamos cada mañana? ¿Para qué trabajamos? ¿Para qué nos esforzamos? ¿Lo hacemos simplemente porque "así es la vida", porque es lo que todos hacen y debemos resignarnos? ¿O lo hacemos por algo más profundo?

Hace más de 2.300 años, Aristóteles introdujo el concepto de eudaimonía, que alude a la "buena vida". Para él, el máximo bienestar humano no se alcanza en el placer inmediato, sino en vivir de acuerdo con aquello que da sentido a nuestra existencia. Solo así podemos tener una calidad de vida duradera y no solo momentos fugaces de satisfacción. Encontrar el sentido de nuestras vidas nos hace más felices, más fuertes y más resilientes.

Hay una frase cotidiana que repetimos, incluso cantamos, y cuyas implicancias probablemente olvidamos: "Valió la pena". Que nuestra vida "valga la pena", porque penas habrá. Como en un tablero de ajedrez, tendremos momentos dulces y otros amargos, eventos positivos y negativos, luz y sombra. Pero si tenemos claro nuestro propósito, si conocemos lo que da sentido a nuestras acciones, podremos disfrutar el camino completo, no solo los momentos felices. La vida no es lo que hacemos, sino para qué lo hacemos.

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