En las calles de Chile, cada día somos testigos de conductas temerarias que transforman las vías en escenarios de alto riesgo. Pasarse una luz roja, ignorar señaléticas, usar el celular mientras se conduce o bloquear ciclovías no son simples descuidos; son actos que ponen en peligro la vida de todos. Este tipo de desobediencia vial es un recordatorio alarmante de que el respeto por las normas básicas de convivencia urbana está en crisis.
Las conductas viales protectoras son clave para evitar muertes. Respetar un semáforo o una señal de ceda el paso no solo es un deber, sino una forma concreta de salvar vidas. Detrás del volante, del manubrio de una bicicleta o al cruzar una calle hay personas que dependen de nuestra empatía y responsabilidad.
¿Por qué estamos fallando en algo tan esencial como convivir en una ciudad? ¿Es por falta de conciencia colectiva, individualismo, la percepción de impunidad o una fiscalización insuficiente que refuerzan la idea de que las normas de tránsito son opcionales?
Para cambiar esta realidad, necesitamos reconstruir nuestra cultura vial desde sus cimientos. Esto comienza con la educación, inculcando desde temprana edad valores como el respeto, la empatía y la prudencia. Entender que la movilidad segura es una responsabilidad compartida puede transformar nuestras calles en espacios de convivencia y no de conflicto.
Dejar de vernos como competidores en la vía y empezar a tratarnos como aliados en la movilidad es la clave para construir ciudades más seguras. Las soluciones no dependen solo de la fiscalización o las campañas de concientización; requieren un cambio cultural profundo. Respetar a quienes nos rodean, priorizar la seguridad y entender que nuestras acciones tienen un impacto real puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Solo si asumimos el compromiso de construir la convivencia vial como principio rector de nuestras calles, la movilidad segura será posible.
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