Próxima estación... publicidad

Hace algunos días, quienes transitamos por la estación Tobalaba del Metro de Santiago hemos sido testigos de una curiosa intervención: los carteles tradicionales que indican el nombre de la estación Tobalaba fueron modificados para añadir publicidad antes del nombre, convirtiendo el letrero habitual en "Estación Galaxy AI Tobalaba". Lo que podría parecer una simple estrategia de marketing, en realidad evidencia una preocupante banalización y mercantilización del espacio.

La señalética en los sistemas de transporte no es decorativa ni trivial. Está diseñada para que todas las personas puedan navegar el espacio e identificar rápidamente dónde se encuentran, especialmente en estaciones de alto flujo, como Tobalaba, donde cada segundo cuenta para tomar decisiones oportunas o pasarse de estación. El cartel con el nombre de una estación debe cumplir su función sin obstáculos, sin adornos comerciales que generen retrasos en su comprensión.

Las estaciones se caracterizan por tener pocos carteles con el nombre de la estación, y es normal para los pasajeros andar buscando el cartel para saber dónde estamos. Introducir publicidad delante del nombre oficial provoca inevitablemente una demora adicional en la lectura, aumentando el estrés y ansiedad de los usuarios. Esta situación, lejos de ser anecdótica, afecta directamente la calidad de la experiencia de viaje.

A esta invasión publicitaria, se suma una práctica de marketing frecuente en el Metro de Santiago, donde los trenes circulan forrados, con sus ventanas cubiertas por publicidad. Esto impide que los pasajeros desde el interior del vagón puedan ver la estación a la que uno está llegando, estresando y obligando a los pasajeros a realizar esfuerzos adicionales para ubicarse. Además, para los pasajeros del andén, se hace imposible visualizar qué zonas del tren están menos saturadas para abordar con mayor comodidad. Este brandeo también afecta la seguridad, ya que los guardias del Metro pierden control visual desde el andén hacia el interior del vagón, facilitando conductas incívicas e incluso delitos.

Desde una perspectiva de marketing responsable, cabe preguntarse si estas prácticas son realmente beneficiosas para las marcas anunciantes. La publicidad invasiva, que causa estrés o incomodidad, inevitablemente genera asociaciones negativas con la marca involucrada. No es inteligente poner una publicidad que perjudica la experiencia del viaje, que complica y estresa, esa es la sensación que están asociando a la marca publicitada, ¿inteligencia artificial sin inteligencia emocional?

Esta tendencia abre una puerta delicada y peligrosa ¿hasta dónde llegará la mercantilización del Metro? ¿No era suficiente forrar los trenes y llenar de pantallas publicitarias las estaciones, que también había que invadir el pequeño nombre de la estación? ¿Es aceptable que cualquier empresa pueda pagar para cambiar el nombre de la estación? Si se permite esto, ¿qué seguirá después? ¿Publicidad en las señales de tránsito? ¿Anuncios en semáforos?

Insto a reflexionar sobre los límites éticos y prácticos de la publicidad en espacios que definen nuestra experiencia cotidiana en la ciudad. El Metro de Santiago y las autoridades responsables deben comprender que la función esencial del transporte público es movilizar a las personas de manera clara, segura y digna. Convertirlo en un soporte publicitario no puede ni debe vulnerar esa misión fundamental. La publicidad pierde todo sentido cuando perjudica la calidad del viaje, afectando la seguridad, comodidad y tranquilidad que cada pasajero merece. Nuestra experiencia de viaje no está en venta.

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