La semana pasada fue inaugurado el primer tren de alta velocidad (TGV, por sus siglas en francés) de África. Aquel hito se produjo en Marruecos, país en el cual el proceso de decisión, puesta en marcha e inauguración del TGV no fue fácil. Sin embargo, finalmente se concretó.
El rey Mohammed VI contó con la presencia del presidente de Francia, Emmanuel Macron, y ambos realizaron un viaje desde Tánger –ciudad creciente y llena de vida- hasta Casablanca, capital financiera y la urbe más poblada del reino. Normalmente, el trayecto hubiese demorado 4 horas y 45 minutos, pero, gracias a este tren, que fue bautizado como Al Boraq, la distancia se recorrió en apenas 2 horas y 10 minutos. Un gran avance, sin duda.
Lo principal es que Marruecos podrá unir a Casablanca, Kenitra, Salé, Rabat, Mohammedia y Casablanca, importantes ciudades del país, en poco tiempo. Esto tendrá efectos en el ámbito turístico, lo cual va de la mano con el plan marroquí de llegar a 20 millones anuales de visitantes, y las exportaciones, pero también en asuntos locales, como el comercio interno, integración regional y movimiento de civiles.
Además, el TGV podría ser la primera piedra para una integración ferroviaria en el Magreb y África Occidental. O, si se prefiere, el primer eslabón en una cadena que permita conectar, a través de rieles y autopistas, una buena parte de África.
Por ejemplo, que el día de mañana haya un trayecto que una a Nouakchott (Mauritania) con Tripoli (Libia), pasando por Marruecos, Argelia y Túnez. Ya existe el proyecto de la carretera transahariana, el cual une a Nigeria con Argelia, recorriendo 4.600 kilómetros y que está cerca de finalizar su etapa de construcción.
También se ha desarrollado, con pleno éxito, una gran red ferroviaria en África del Este. Y, en un proyecto titánico, Marruecos y Nigeria acordaron la construcción del gasoducto Marruecos-Nigeria, el cual pasaría por las costas de Nigeria, Costa de Marfil, Liberia, Sierra Leona, Guinea, Guinea-Bissau, Gambia, Senegal, Mauritania y Marruecos, para luego llegar al sur de España. Es una iniciativa que se construiría por etapas y en al menos 25 años. En fin, son algunos ejemplos de cómo se va construyendo la integración africana a través de la infraestructura.
Vale la pena aterrizar el tema en Chile. Hace un tiempo se viene debatiendo sobre la posibilidad de crear un tren de alta velocidad. Algunos opinan que debería haber uno que realice el trayecto Santiago-Valparaíso y, de hecho, ya existe un proyecto que conectaría a la capital con el principal puerto y con Viña del Mar en 45 y 39 minutos, respectivamente.
Los efectos que podría tener algo así son diversos, pero claramente podría favorecer al comercio chileno, al turismo, Chile es un país que tiene un potencial turístico sin desarrollar al máximo, y, ciertamente, a los habitantes que quieran ir a pasear o que necesiten moverse sin tener mucho tiempo. Esto último, obviamente, dependerá del precio.
Pero dejemos a un lado el tren de alta velocidad. Chile necesita con urgencia una red ferroviaria que conecte al país desde Arica hasta Puerto Montt.
A menos que un estudio de impacto al medio ambiente diga que es inviable el proyecto, la geografía chilena incita a tener un tren que recorra buena parte del territorio. Por algo hubo trenes hacia el norte y el sur.
Algunos dirán que está el problema de las empresas de buses, pero es hora que el Estado chileno piense en lo que es mejor para el país y no para unos pocos.
Un tren normal con ciertos trayectos de mediana o alta velocidad sería un tremendo progreso para Chile. Y, al igual que en el caso marroquí, podría ser la primera piedra de una iniciativa que se podría unir a otros proyectos que tienden a la integración nacional y sudamericana en comercio, infraestructura y movimiento de personas, por medio de obras viales.
Por ahora, solo es un sueño. Y qué bonito parece. ¿Por qué no concretarlo?
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