Luego del reciente sismo 6.7 en Tongoy, es necesario recordar que la capacidad de una ciudad y de las personas de adaptarse a un ambiente luego de una gran perturbación sin perder sus funcionalidades y su estructura se define como resiliencia.
Ahora es cuando en la Región de Coquimbo se manifiesta esta capacidad de restauración, luego de un evento que dejó alrededor de 260 viviendas con daños, dos personas fallecidas y también afectó carreteras y caminos.
Todos los espacios abiertos de las ciudades, como calles, pasajes, plazas, parques, lagunas y humedales, contribuyen significativamente a mantener o aumentar la resiliencia durante el periodo pos desastre.
¿Cómo contribuyen estos espacios?, básicamente son y han sido lugares de evacuación, refugio y de seguridad para las personas, de hecho en estudios realizados en Concepción se comprobó cómo los espacios verdes y abiertos se usaron para la habitación temporal entre otros usos, y cómo las lagunas fueron un recurso esencial para el abastecimiento de agua pos terremoto 27F de 2010.
Si buscamos una ciudad sustentable es fundamental planificar las ciudades junto a su capacidad de resiliencia, ya que las catástrofes de origen natural son inevitables y debemos aprender a convivir con ellas, y por supuesto a enfrentar los desequilibrios que puedan causar en el sistema y estructura de la urbe, así como su impacto en las infraestructuras.
Nuestras ciudades son vulnerables a inundaciones, anegamientos, incendios, deslizamientos, terremotos y tsunamis; por tanto, requieren de espacios útiles y de seguridad para el refugio, ya que las personas se moverán temporalmente de sus viviendas.
Entonces, la planificación urbana debe considerar una perspectiva resiliente que contemple cómo actuar ante el probable aumento de la frecuencia de los desastres, que ya estamos experimentando.
Iniciativas como el Paseo Fluvial Río Mapocho en Santiago y la Costanera de Dichato, Parque Humedal Los Batros y Parque Laguna Redonda en Concepción, además de incrementar los metros cuadrados de área verde por habitante, mejorar la infraestructura en áreas verdes con arquitectura de calidad y aumentar la accesibilidad de la población de diferentes ingresos, también son grandes aportes en nuestra capacidad resiliente.
Estas estrategias deben seguir la huella de los parques de Kobe en Japón, construidos después del terremoto de Hanshin-Kan (1995), los cuales también proporcionan servicios, instalaciones y equipamientos como cargadores solares, baños, agua, alimentos y electricidad, necesarios para la restauración emocional de los habitantes en el tiempo post catástrofe.
Valorar nuestros espacios naturales como lagunas, terrazas fluviales, cerros y humedales, así como los espacios abiertos construidos (parques, plazas, etc) e incorporarles atributos adicionales para la resiliencia es una tarea que debemos asumir con urgencia.
En las regiones de nuestro país, no sólo en la Metropolitana, es necesario seguir recuperando espacio público para que la vida cotidiana sea más amable y para mejorar nuestra capacidad de reacción y recuperación antes las catástrofes.
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