El espacio público debiera ser un lugar de encuentro entre vecinas y vecinos en los barrios, cumpliendo así el rol de generador de cohesión social entre quienes los habitan. Sin embargo, varias cifras evidencian importantes brechas en su uso, las que implican barreras para que los espacios públicos cumplan su función. Por ejemplo, el Informe de Calidad de Vida Urbana indica que hay mayor uso de plazas y parques comunales por parte de jóvenes (57% de las personas entre 15 y 29 años afirman tener una frecuencia de uso "al menos semanalmente") que por parte de personas adultas mayores (30% en la franja etaria de los 60 a los 69 años); y que los hombres ocupan con mayor frecuencia estos espacios (57% de los hombres afirman tener una frecuencia de uso "al menos semanalmente", en comparación con el 40% de las mujeres) (MINVU, 2018). De hecho, si profundizamos en el eje de género, la Encuesta Nacional de Violencia contra las Mujeres indica que el 41,4% de las mujeres en Chile entre 15 y 65 años residentes en zonas urbanas señalan haber sufrido algún tipo de violencia en espacios públicos alguna vez en su vida (Subsecretaría de Prevención del Delito, 2024), cifra que da luces sobre una de las causas vinculadas a su menor uso de plazas y parques. En esta línea, la Cámara de Diputados aprobó, a inicios de año, un proyecto de ley que exige que la planificación urbana contemple las necesidades de las mujeres para generar espacios públicos accesibles y seguros. Es imperante romper la dinámica de diseñar los espacios públicos (y la ciudad en general) desde oficinas cerradas, mecanismo que suele implicar crearlos para un supuesto sujeto único o universal, habitualmente un hombre adulto.
Tanto la creación como la mejora física de los espacios públicos debe realizarse a través de un enfoque participativo, fomentando así la adaptabilidad y diversidad de oportunidades de uso que puede ofrecer, incorporando las diferentes visiones, necesidades e intereses. Por ejemplo: un buen diseño debe incluir un diagnóstico donde las mujeres indiquen qué puntos son los más oscuros e inseguros, de manera de generar un espacio más inclusivo al mejorar la iluminación y eliminar las barreras visuales. A nivel de edades, los anhelos de uso de personas de todas las edades deben guiar la zonificación y elección de mobiliario y estructuras, por ejemplo, considerando tanto pircas de diferentes alturas como bancas con respaldo, para que todas las personas se puedan sentar de forma cómoda. Por otro lado, debe estar presente la voz de personas con discapacidad, para que los diseños no solo incorporen accesibilidad universal en las circulaciones, sino también a nivel, por ejemplo, de juegos que aseguren el derecho a la recreación de todos los niños y niñas. En relación a roles, es importante que las personas cuidadoras expliquen cómo quieren usar los espacios, pudiendo por ejemplo incorporar bancas con sombra frente a las áreas de juego, que permitan el cuidado a la vez que generan oportunidades de socialización para todas las personas.
Adicionalmente, es esencial ser conscientes que muchas barreras para el uso y goce de los espacios públicos no son creadas por elementos físicos, sino por las dinámicas sociales que se generan (o no se generan) en estos lugares. Una plaza puede ser accesible, tener buena visibilidad y contar con multiplicidad de mobiliario; sin embargo, si nadie la ocupa, o si la ocupa un único grupo, probablemente seguirá siendo insegura y no generará encuentro comunitario. Por ello, no podemos limitarnos a generar proyectos de diseño y construcción física de corto plazo; las políticas y proyectos que busquen potenciar las plazas de barrio como puntos de encuentro, deben considerar procesos participativos para fomentar la activación y la diversificación de usos que albergan, fortaleciendo la organización comunitaria - muchas veces liderada por mujeres - y poniendo en valor los recursos propios de cada territorio. La experiencia de Mi Parque en el apoyo a la realización de actividades en las plazas mejoradas, lideradas por organizaciones comunitarias, como hacer un "18 Chico" o una "tarde de mantención", nos ha mostrado que estos eventos son hitos inspiradores que fomentan ambientes seguros para el goce de las plazas, generando además lazos de confianza entre vecinas/os.
Para avanzar hacia el derecho a la ciudad, es necesario generar espacios públicos de calidad y accesibles que fomenten usos diversos e inclusivos, potenciando así su rol como lugares para el encuentro, donde los diferentes grupos y colectivos puedan sentirse acogidos. Para lograrlo, el camino no es pensar estos espacios para un falso sujeto universal, sino al contrario, incorporar las diferentes características e intereses de las personas que habitan el lugar, a través de proyectos tanto de diseño como de activación que basen las decisiones en procesos participativos representativos y vinculantes.
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