El diagnóstico es conocido: el centro de Santiago está en una crisis gatillada por el severo deterioro de sus barrios, el comercio ambulante que copa sus calles y expresiones de violencia desconocidas. Con pesar vemos que la comuna que alberga al Palacio de La Moneda, el centro cívico con sus ministerios, museos, las universidades más prestigiosas y donde todavía muchas de las principales empresas mantienen sus sedes, aún no se levanta.
No se trata solo de la nostalgia, sino que de constatar que Santiago Centro también hoy es el hogar de más de medio millón de personas, por lo que la infraestructura urbana que conforma sus barrios se torna clave.
En medio de este escenario es importante el rol que han asumido el Gobierno, los municipios de Santiago y Providencia y la Gobernación Regional al anunciar la remodelación del eje Alameda-Providencia, la vía que constituye el corazón de la comuna. A esto se suma la acertada decisión de la autoridad, en conjunto con el Metro de Santiago, de que la estación Baquedano reabra su entrada principal, sin perjuicio del significado que para algunos tenga ese espacio el que se podrá conmemorar a través de alguna fórmula que no signifique entorpecer el libre tránsito.
Hay que detenerse en el proyecto Alameda-Providencia: se trata de una iniciativa que contempla una inversión de $115 mil millones, en tiempos en que el país vive una inflación importante, amenazas de desempleo y niveles de actividad económica preocupantes. La iniciativa involucra el rediseño de Plaza Baquedano; del nudo Pajaritos; construir 24 kilómetros de ciclovías, arborización y la recuperación y limpieza de fachadas, entre otras acciones.
Junto con estos esfuerzos, los municipios deben tomar medidas en torno a la seguridad, en coordinación con las autoridades. Cualquier inversión pierde su sentido si quienes habitan o trabajan en el centro tienen temor de caminar por las calles o de abrir una oficina. Revitalizar el alma de la ciudad también ayudará a que la zona siga siendo una verdadera opción para residir, lo que necesariamente llevará aparejados nuevos proyectos habitacionales que tanta falta hacen para abordar los problemas de vivienda que afectan a muchas personas, la generación de trabajo y de nuevos negocios.
La lección de lo que comenzará a ocurrir con Santiago Centro se debe repetir en regiones. Importantes ciudades, como Valparaíso, también comparten con la capital la decadencia de sus barrios históricos. La importancia de mejorar avenidas principales, crear parques de calidad, mantener las riberas de los ríos y bordes costeros de manera óptima genera oportunidades para hacer mejores urbes que alberguen a más personas a través de planes de vivienda inclusivos como los que hoy se requieren.
Así las cosas, la recuperación de nuestras ciudades se torna un desafío mayúsculo para el gobierno, gobiernos regionales y municipios en los próximos tres años. Y un reto para los privados que estén dispuestos a sumarse por conservar los cimientos del país. Sí, se trata de obras en los centros urbanos, pero también de brindar calidad de vida a cientos de miles de personas que siguen teniendo en vista el progreso.
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