Por su ubicación en el contexto andino, Chile está expuesto a importantes fenómenos geofísicos que afectan los territorios, paisajes y sociedades. El 27-F de 2010 puso en evidencia la fragilidad del patrimonio inmueble, con la destrucción de gran parte de las edificaciones en adobe de la zona central y, con ello, la pérdida de una memoria material de construcciones de larga data.
El patrimonio cultural inmueble ocupa un papel relevante en la composición de los territorios y se vincula con la identidad de las comunidades. Son edificaciones importantes de mantener, pero altamente vulnerables a los sismos y otras amenazas, ya que generalmente han sido construidas antes de las normas de diseño sismo-resistentes, con materiales de débil comportamiento sísmico como el adobe.
Por otro lado, nuestros patrimonios son moldeados por los desastres. La arquitectura vernácula (es decir, aquella construida por no-experta/os, en general desde prácticas de autoconstrucción comunitaria, de siglos de antigüedad) conoce procesos adaptativos de innovaciones y exposición a diversos eventos, e integra así un aprendizaje y memoria colectiva a partir de desastres pasados. Investigaciones de arquitectas demuestran que las construcciones en adobe de la zona central de Chile han incorporado mecanismos sismorresistentes al diseño original colonial. La ocupación del espacio y la historia de las urbanizaciones en América Latina también ejemplifican esta relación dialéctica entre los territorios y sus riesgos. Eventos como el terremoto de Valdivia de 1960 reconfiguran el paisaje a escala regional, mientras que otros llevan a importantes avances estatales, como la creación de la Corfo post terremoto de Chillán en 1939.
Asimismo, los desastres del contexto andino forman parte de un patrimonio común que se expresa por medio de nuestras culturas, creencias y concepciones. Ejemplos de ello son los mitos ancestrales como el relato mapuche las dos serpientes Kai Kai y Treng Treng, que explican la ocurrencia de terremotos y tsunamis, identifican las zonas seguras o de inundación y dan sentido al paisaje costero.
Otras figuras religiosas han sido dotadas de poder protector como san Saturnino o las procesiones del Cristo de Mayo, que se realizan en Santiago desde el destructor terremoto del 6 de mayo de 1647. El arte y nuestras culturas están marcados por los grandes desastres que hemos vivido, desde la poesía de Gabriela Mistral hasta los cantos populares post terremoto de Chillán de 1939, pasando por el famoso trago Terremoto, el humor o la leyenda de la Quintrala. Los desastres han orientado también el desarrollo de técnicas observacionales y constructivas que son parte de un patrimonio científico chileno y mundial.
Desde la comprensión de estas relaciones entendemos la memoria como componente estratégico, que adopta diferentes formas en la reducción del riesgo de desastres. Los catálogos sísmicos y las normas constructivas son prácticas de memoria colectiva puestas al servicio de la prevención de desastres. Los conocimientos sobre el territorio de las comunidades que lo habitan pueden nutrir las cartografías del riesgo y son fuentes de gran valor para la comprensión de sus geohistorias.
Desde el año 2022, el 22 de mayo es el Día Nacional de la Memoria y Educación sobre Desastres Socio-Naturales, para recordar a las víctimas de los desastres pasados y educar en torno a la prevención y reducción del riesgo. En 2023, el Programa Riesgo Sísmico de la Universidad de Chile inauguró la ruta de la memoria y patrimonios en Santiago, que permite a la ciudadanía recorrer la ciudad y buscar las trazas de los desastres pasados. Durante mayo, mes de los patrimonios, invitamos a conectarse con las huellas del espacio que nos rodea, para comprender el pasado y aprender de él, enfrentar el presente a partir de las experiencias acumuladas en los territorios y construir futuras sociedades sustentables.
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