El reciente escándalo de licencias médicas falsas emitidas para funcionarios públicos dejó al descubierto una verdad que, durante varios años, no quisimos ver: la crisis de profesionalismo que afecta, ya de manera indesmentible, a las carreras de la salud, y especialmente a la medicina. Una crisis que viene arrastrándose de forma larvada y poco visible desde hace, al menos, unos 20 años, dando síntomas que se suponía eran hechos aislados, pero cuya gravedad debió haber levantado alertas hace tiempo.
Por un lado, corría el año 2004 y una conocida colega que ejerce la psiquiatría aparecía en un programa televisivo de denuncias por estar vendiendo licencias médicas. (Vergonzosamente, hoy esa colega es diputada de la nación, creando leyes precisamente para regular... ¡el mal uso de licencias médicas!).
Al año siguiente, en el Hospital de Talca, ocurrió un intercambio de guaguas recién nacidas, con la consiguiente responsabilidad de todo el equipo clínico implicado. Este hecho incluyó, comprobadamente, la alteración de fichas clínicas, y también involucró a un médico.
Siendo situaciones gravísimas, las naturalizamos, dejándolas en la anécdota y el chiste casi folclórico tan propio de nuestro país. El gremio, en esa ocasión, solo se movió para expulsar a la colega vendedora de licencias, pero guardó un ominoso silencio en el caso de Talca, llegando incluso a financiar la defensa judicial del colega implicado.
A pesar de todo, en esos años, en revistas nacionales especializadas, grandes médicos como el doctor Alejandro Goic o el doctor Antonio Vukusich ya advertían sobre las crecientes tensiones en el ejercicio profesional, derivadas de una sociedad carente de valores y enfocada exclusivamente en la generación de riqueza. Pero fueron observaciones que el gremio desoyó, ensimismado en sus demandas económicas y reivindicaciones corporativas habituales.
Más imbuidos en la contingencia diaria, nadie quiso dar importancia a hechos que se repetían cotidianamente y que, con el tiempo, derivaron en nuevos escándalos, como el de "los médicos fantasmas", expuesto en un reportaje de televisión en 2015: colegas que, luego de estudiar una especialidad financiada por el Estado, se escabullían -física y legalmente- del compromiso de devolución de servicios pactado contractualmente.
Peor aún, los médicos aludidos en el reportaje clamaban afectación a su honra por la difusión del mismo, que simplemente evidenció su incumplimiento. Y el gremio, curiosamente, culpó a las autoridades por no ser más "flexibles" en los mecanismos de devolución y no perseguir el evidente mal actuar profesional de los colegas involucrados.
¿Hechos aislados? Tal vez. Pero todos comparten un hilo conductor que los médicos en Chile no quisimos asumir: la falla en el "deber ser" de nuestra profesión. El compromiso con el profesionalismo que deberíamos tener presente en cada aspecto de nuestro ejercicio.
Durante la pandemia, la situación fue distinta. El gremio médico tuvo una actuación destacada, integrándose a los equipos clínicos que enfrentaron la emergencia sanitaria y poniéndose al servicio de la ciudadanía. Además, se concretó una necesaria renovación en las dirigencias colegiadas, que durante años habían mirado hacia el lado frente a estas transgresiones constantes.
Pero las fallas al profesionalismo siguieron ahí. Fallas que todos hemos vivido, esta vez como pacientes: diagnósticos infundados, atenciones enfocadas solo en el provecho económico, menosprecio por los síntomas que relata la persona enferma, entre otras. Hoy, la profesión enfrenta nuevamente un escándalo, derivado -otra vez- de faltas graves al profesionalismo médico y a sus tres principios fundamentales: el bienestar del paciente, el respeto por la autonomía de las personas y la búsqueda de la justicia social.
Este escándalo de las licencias médicas no es responsabilidad del sistema de protección social ni de sus fallas (grandes fallas, por cierto), sino nuestra, como actores principales de la atención en salud. ¿La solución es volver a mirar hacia el lado? No. Ya no. La crisis ya no se puede disimular. Y como toda crisis, su abordaje parte desde la verdad: desde el reconocimiento del error y la aceptación de que hemos fallado, desde la formación profesional hasta el ejercicio diario, al no inculcar ni practicar de sostenidamente esos tres principios rectores del "deber ser".
Para salir de esta crisis, necesitamos reconstruir la confianza de la ciudadanía en el gremio. Solo entonces podremos avanzar en restablecer el contrato social: volver a poner en el centro a nuestros pacientes, no nuestros intereses personales.
La solución técnica pasa, al menos, por medidas que sí está comenzando a asumir el gremio: transparentar la magnitud del problema, facilitar la acción preventiva y fiscalizadora del Estado, y propender a la instalación del profesionalismo como eje formativo en el pregrado y el postítulo.
Hoy, esas son las acciones a seguir. Si logramos recuperar la confianza de la ciudadanía y reconstruir el contrato social, recién entonces podremos aspirar a recuperar la tuición ética del ejercicio profesional. No antes.
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