A todos los que tenemos menores de edad en nuestros entornos familiares no nos sorprende que éstos sean capaces de interactuar con las tecnologías de forma extremadamente natural y cotidiana. En ese mismo contexto me ha tocado ver a un sobrino de tres años interactuando y hablando con programas de inteligencia artificial como Siri en IOS de Apple preguntándole “¿cómo estás?” o solicitando que reproduzca un video o canción.
Recientemente en los medios de comunicación se divulgó información sobre la iniciativa de un grupo de parlamentarios, de un puñado de partidos, quienes están pensando en proponer un proyecto de ley regulando el uso de celulares en los establecimientos educacionales, con el fin de limitar los momentos, espacios y contextos donde se pueden o no utilizar los teléfonos celulares. Muchas de las reacciones que he leído en las redes sociales apoyan esta iniciativa, señalando incluso que estos dispositivos deben ser sacados completamente de los colegios.
Por su parte, el ministerio de Educación sigue un camino opuesto, considerando que desde hace más de una década, las tecnologías de información y comunicación (TIC) son planteadas como un aprendizaje transversal presente en todas las áreas del conocimiento en los colegios. Además, en la última versión de los Planes y Programas de estudio en Chile, las Bases Curriculares del año 2012, se plantea que las TIC son un objetivo de aprendizaje transversal a todas las asignaturas, enfatizando que en la asignatura de tecnología se debe destinar el 50% del tiempo y los objetivos para el uso de este tipo de recursos.
Aunque nosotros seamos capaces de utilizar las tecnologías con mucha naturalidad y seguramente usted, como lector, sea habitual en el uso de éstas, no debe sentirse excluido en este debate. Muchas veces nosotros nos hemos sentido algo incómodos porque nuestros interlocutores en contextos de sociabilización personal y presencial usan sus dispositivos electrónicos para contestar llamadas, mandar mensajes o simplemente revisarlos, interfiriendo la comunicación directa. En todos esos casos podemos considerar, sin importar la edad de nuestro interlocutor, que la acción constituye una falta de respeto o falta de educación.
Para esta reflexión me permitiré hacer una analogía tecnológica: cuando usted y yo nacimos el automóvil o automotor ya había sido inventado hace muchas décadas o tal vez hace más de siglo por Henry Ford.
Rudolf Diesel había inventado del mismo modo hace muchos años ya el motor de combustión interna. Es por esto que al momento de salir del hospital o clínica donde nació, usted fue llevado probablemente, a menos de una semana de nacer, en algún medio derivado de estos inventos. Sin dejar esto de lado, cuando todos nosotros quisimos manejar estos vehículos tuvimos que obtener una licencia de conducir validando nuestras competencias para controlar y manejar estos aparatos frente a una escuela de conductores, municipio y finalmente frente al ministerio de Transportes.
Así también la presencia de la tecnología se puede apreciar desde el primer día de la confirmación de la gestación a la madre y padre, quienes seguramente comunicaron esta noticia fue a familiares y amigos por medios tecnológicos y se sigue usando tecnologías desde ahí en adelante. Se puede dar millones de ejemplos para clarificar que las tecnologías digitales son parte de nuestra cultura, con tanta o incluso más presencia que los vehículos de combustión interna.
Como consumidores de los numerosos beneficios de las tecnologías, no obstante, no nos hemos encargado de validar eficientemente el uso de las tecnologías en los nuevos integrantes de nuestra sociedad.
Cada día como humanidad interactuamos simbióticamente más con las tecnologías, sacándoles partido en prácticamente todas nuestras actividades sociales y potenciando en todas las áreas del conocimiento e industria el desarrollo de nuevas tecnologías para potenciar al máximo todos los procesos. Como respuesta a las necesidades de la sociedad y cultura, hace más de una década los Gobiernos y Ministerios en nuestro país plantearon que el uso de las tecnologías es un énfasis transversal en formación de estudiantes tanto en primaria, secundaria y educación superior.
¿Cómo es posible que no seamos capaces de hacernos cargo de formar a nuestros estudiantes en el uso positivo de las tecnologías? Muchos de los infantes y adolescentes no saben en qué contexto utilizar el teléfono y en qué momento no, esto incluye a muchos adultos de diversas edades. No es acaso el contexto escolar el mejor momento y lugar para formar en cuánto y dónde se puede utilizar este tipo de tecnologías, respetando el contexto, el entorno y el nivel de interacción humana que está ocurriendo.
Para esta problemática, no hay una receta absoluta que nos permita responder a esta interrogante cultural, por lo que deberíamos enfatizar en la formación del criterio que permite discernir respecto a los usos las tecnologías, los contextos y momentos de interacción cultural.
Considero, en definitiva, que el uso de la tecnología tanto en la sala de clases, como fuera de ella, es una tarea pendiente y que la sola exclusión del objeto tecnológico no soluciona el problema, muy por el contrario, la prohibición genera mayor retroceso cultural dentro de la sociedad del conocimiento e información en la que estamos inmersos.
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