Ya lo predijo Orwell a fines de los ´40, somos rigurosamente vigilados. Pero la realidad de hoy supera esa ciencia ficción, no anticipó que nos quitarían libertad por manipulación, ni que nos utilizarían para mantener el mundo bajo un modelo de desarrollo que hoy enriquece al 1 % de la humanidad y está matando el planeta.
Recién se supo que Facebook, el gigante de Internet con más de 1 millón y medio de usuarios, en Estados Unidos vendió sus datos a una empresa que trabajó en la campaña para elegir Presidente a Donald Trump, el hombre más peligroso del mundo. Y en el Reino Unido, para torcer la mano de los británicos y sacarlos de la Unión Europea.
Está claro, la tecnología en estas manos no confiables maneja la política mundial que hoy permite el avance de la ultra derecha.
Comprobado que el poderoso aparato tecnológico que maneja el gobierno de Estados Unidos con la complicidad de sus aliados, las empresas tecnológicas en que hemos depositado nuestros datos con inocente confianza como Facebook, Google, Yahoo, AOL, Microsoft, Apple y otras, sigue nuestros pasos, los registra y los almacena para usarlos contra nuestra voluntad y nuestro futuro.
Pero cuando nosotros, los civiles, los gobernados por esa elite, los vigilamos a ellos y denunciamos sus faltas o delitos, nos aplican todo el peso de una legislación desigual hecha o corregida a su medida, como lo han sufrido y sufren dos mártires de la verdad que duele: el australiano Julian Assange y el estadunidense Edward Snowden.
Antes del advenimiento de la tecnología en el siglo XX, la situación no era tan terrorífica. La sociedad civil fiscalizaba mejor al Poder y se defendía mejor con las mismas leyes que hoy se usan en su contra.
Ahí están los casos de “Los Papeles del Pentágono” que denunció las violaciones a los derechos humanos por parte del ejército estadounidense en la guerra de Vietnam y el conocido Watergate, que reveló cómo el Presidente Richard Nixon violó la privacidad de sus opositores políticos al instalar micrófonos en la sede del Partido Demócrata, y debió renunciar al mando del imperio.
Ahí está el cine para recordárnoslo. La película “The Post”, candidata al Oscar 2018, sobre la denuncia que hizo primero el censurado The New York Times, y luego el The Washington Post, apoyados finalmente en nombre de la libertad de prensa por la justicia norteamericana tras un largo litigio.
Y para el caso Watergate, la más antigua “Todos los hombres del Presidente” (1976) más un documental, “El periodista: la vida de Ben Bradlee”, que por estos días se emite por la TVCable sobre el editor del Post, alma y motor de ambas denuncias.
En cambio hoy, en un mundo donde la política se ha corrompido y se tergiversa el valor de libertad de información, desde hace 5 años tenemos asilado en la Embajada de Ecuador a Julian Assange por haber difundido a través de su empresa Wikileaks las violaciones a los derechos humanos en Afganistán y en Irak; y escondido en un punto de la estepa rusa, como prófugo de la justicia, al ex técnico de las agencias de EEUU, CIA y NSA, Edward Snowden, quien en 2013 reveló en el periódico inglés The Guardian la vigilancia que ejerce su país no sólo a sus opositores sino a gobernantes y ciudadanos del mundo entero.
¿Pensó por un momento en renunciar el Presidente Obama por esta censura a la libertad de expresión …? No se ha sabido. Al contrario, con el apoyo de gobernantes europeos, fue un persecutor implacable de Snowden a quien acusan de traidor por revelar “secretos de Estado”, cuando sólo ejerció su deber ciudadano de fiscalizar y denunciar a través de los medios los abusos del Poder, acatando la Constitución de su país y los principios de la democracia.
¿Cual es la diferencia entre los casos “Papeles del Pentágono” y “Watergate” - emblemáticos para la historia de la libertad de expresión y de prensa - y los casos de Assange y Snowden?
Quizá que estos no eran periodistas, sino un hacker y un agente de la NSA. Pero ambos descubrieron al mundo estas graves verdades ocultas a través de importantes medios de comunicación.
Afortunadamente, por la jurisprudencia lograda antes con los casos del Times y del Post en los ´70, The Guardian no fue censurado esta vez, pero el Poder se ha desquitado con los tecno/comunicólogos, presos en sus refugios desde hace años.
Queda la amarga sensación de que hoy la libertad de expresión está censurada por hilos que no manejamos y que estamos más controlados por esa tecnología que ha caído en las peores manos, las que ejercen el Poder con abuso.
Las nuevas tecnologías nos dan la ilusión de libertad porque podemos subir las leseras que se nos ocurran al ciberespacio, pero vaya alguno a divulgar manipulaciones de importancia de la política internacional, las consecuencias son impredecibles.
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