Vanas discusiones sobre el nivel de apego a la realidad -o no- de "Neruda", han recibido al estreno de la película de Pablo Larraín que lleva el nombre del premio Nobel. Cada una de ellas me recuerda al azorado alcalde de Sierra Gorda irrumpiendo en plena filmación de una película de James Bond, en protesta porque la cinta identificaba a su ciudad como un poblado boliviano, con sendas banderas del país que alguna vez dominó ese territorio.
Que el alcalde chileno no entendiera la distinción entre realidad y ficción, no parece serle exclusivo. Muchos han comenzado a reparar rasgos del Neruda de la pantalla que no coincidirían con el galardonado vate de carne y hueso. Ya habíamos escuchado insinuaciones semejantes en otra creación de Larraín, "No". Además del director, la cinta sobre la gesta plebiscitaria comparte con Neruda, su co protagonista, Gael García Bernal.
Lo que llama la atención es que ambos roles que encarna el actor mexicano son similares: el cowboy o, más castizo, el vaquero. Es decir, el jovencito de los western estadounidenses que, solitario, acomete contra los malhechores utilizando los más diversos e improbables medios de transporte, una patineta, en No, una moto despojada de su sidecar, en Neruda.
En ambos casos, finalmente gana aunque el perseguidor de Neruda además, se apropia de una recompensa aún mejor: el protagonismo del filme. En la pantalla y en la publicidad.
Muy original es enfocar el reducido episodio de la vida de Neruda desde el punto de vista de su perseguidor, reduciendo, legítimamente, a un desafío individual lo que la historia ha registrado como la persecución a una ideología determinada y a los militantes de un partido político específico.
El filme no se queda en los lugares comunes del "presidente traidor" o el "poeta heroico" sino que penetra en la problemática de un policía que aspira a dar sentido a su vida y demostrarse sus propios mitos como aquella escena en la que intenta reflejarse filialmente en la estatua del fundador de la policía chilena.
Curiosamente, el personaje de Gael García parece tener más contenido épico en Neruda que el publicista vaquero de "No", que se auto define más bien como un profesional eficiente.
Allí también queda en segundo plano la gesta colectiva de una ciudadanía que superó el miedo, hizo campaña, vigiló votaciones y celebró como nunca; tal como queda en segundo plano la innoble persecución digitada desde La Moneda que se va invisibilizando tras un atractivo juego del gato y el ratón en que el poeta manipula a su persecutor, hasta el paroxismo final en que presenciamos -literalmente- una notable escena de western con jinetes, caballos, disparos, vigilancia oculta desde los bosques y dificultosas caminatas en la nieve (eficaz reemplazo del sofocante desierto del lejano oeste estadounidense).
Nadie en su sano juicio podría exigir a Larraín que satisfaga todas las exigencias de nuestra historia, ni verosimilitud en los siempre controvertidos episodios políticos. Ya lo están acometiendo Jorge Baradit, Guillermo Parvex, Rafael Mellafe, Mario Amorós y tantos otros narradores ocupados de revisar nuestra historia tradicional, con sorprendente acogida entre los lectores.
Lo que sí podemos es advertir que la historia se puede mirar tanto desde la perspectiva de sus héroes como desde aquella de los movimientos sociales. En la primera opción el riesgo es acercarse a las entretenidas novelitas de vaqueros -como la colección Texas Ranger, primeros mini libros de nuestros quioscos, junto a Corín Tellado- de indudable éxito y atractivo para no pocos noveles lectores que sin duda pasarán a obras mayores.
El segundo camino es más complejo y farragoso, contra cíclico en estos tiempos de individualismo exacerbado y redes sociales que pueden hacer creer a muchos que las relaciones virtuales bastan y los pueblos se convocan por tuiter. Ha sucedido y los resultados son trágicos, la primavera árabe y Podemos, en España, son un par de ejemplos.
El Neruda de Larraín se mueve en las circunstancias del vaquero heroico y el perseguido mordaz, sugiriendo contextos históricos muy reales en paisajes notables, con actuaciones eficaces.
Gran película que, pudiendo verse desde diversas miradas, debe verse. Un imperceptible homenaje a Neruda que hace muchos años respondió la pregunta de cuándo habría buen cine chileno, con un "cuando haya mal cine chileno".
Llegó el momento del bueno y esta película es un ejemplo.
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