ABC de los volcanes

Rodrigo Alvarez
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Con algo de suerte, durante los años de escolaridad muchos chilenos podemos llegar a saber algunas cuestiones básicas de la geografía de nuestro país. Nos hablan de la “larga y angosta faja de tierra”, la cordillera de Los Andes, la depresión intermedia y la cordillera de la Costa, pero no mucho más que eso.

Pocos han sido instruidos sobre la “subducción de placas tectónicas”, que explica por qué el territorio es tan sísmico, con centenares de fallas geológicas y al menos 90 volcanes activos.

La mayoría tampoco puede explicar cómo fue posible que se formaran ciertos minerales, por qué Chile parece desmembrarse desde Puerto Montt hacia el sur, o por qué los desastres no son naturales sino una ceguera humana sobre cómo operan los peligros geológicos en la corteza terrestre de nuestro país.

Con las erupciones más recientes y el desarrollo y expansión de la Red Nacional de Vigilancia Volcánica del Sernageomin (que monitorea más de 40 volcanes activos desde el Observatorio Volcanológico de los Andes del Sur, en Temuco), nuestro desconocimiento relativo ha quedado nuevamente expuesto.

Muchos creen erróneamente que los volcanes emiten humo, o que la lava sería el principal peligro volcánico, entre varios otros mitos. También se desconoce que los Mapas de Peligros Volcánicos publicados son la información técnica más relevante de todas para anticiparse a estos peligros, o que las comunas con volcanes activos tienen ahora una nueva tarea pendiente en cuanto a elaborar el Plan de Emergencia Volcánico.

Con esto en mente, se está desarrollando la campaña del “ABC de los volcanes” (www.sernageomin.cl/abc), que busca aportar a la educación de la ciudadanía sobre la comprensión geológica del volcanismo en el país.

El objetivo de esto es democratizar ciertos conocimientos básicos, para reducir la incertidumbre de las personas y su vulnerabilidad ante mensajes alarmistas o espectaculares. Chile, como pocos países, tiene muchísimos volcanes de diverso tipo, los que han forjado este territorio a través de miles y millones de años.

La idea de propiciar un flujo cada vez mayor de información técnica es precisamente favorecer que las personas reaccionen sin temor, y con inteligencia. Sabemos, eso sí, que la educación es sólo uno de los requisitos para que el país incorpore los peligros geológicos a las decisiones públicas y privadas.

Está pendiente aún la necesidad de avanzar en medidas de ordenamiento territorial, para evitar la instalación de edificaciones en las zonas de peligro, o bien disponer de obras y acciones para mitigar o reducir los posibles impactos negativos de erupciones volcánicas.

Puesto que el Arco Volcánico (franja donde se emplazan los volcanes en la cordillera de los Andes) alcanza en esta parte del continente los niveles más altos de actividad en Sudamérica (especialmente entre los volcanes Nevados de Chillán y Calbuco), puede afirmarse con seguridad que la actividad eruptiva va a continuar. Incluso es seguro que, a causa de la mayor disponibilidad de información publicada, muchas personas tendrán la errónea impresión de que actualmente hay más erupciones... Somos muy inocentes al suponer que el lapso de nuestras vidas o la de nuestros abuelos serían suficientes para desentrañar la historia eruptiva de millones de años. Tampoco vemos que los tiempos geológicos superan a los tiempos humanos así como si una hormiga quisiera medir sus ciclos con los nuestros.

Lo cierto es que el país está dando pasos enormes hacia la democratización de la información geológica. Sin esta apertura creciente, no es posible que el país tome decisiones cada vez más inteligentes sobre el uso del suelo y subsuelo. Es así, por la simple razón de que se distinguen al menos tres sectores de la sociedad que deben concurrir concientemente a la discusión pública sobre estos temas.

En primer lugar, a las instituciones corresponde la responsabilidad de respetar la información geocientífica, pues de otro modo seguiremos presos de los “desastres naturales” así como en el medievo europeo se creía que la Tierra era plana.

En segundo término, concierne una responsabilidad a los medios de comunicación, para evitar los mensajes alarmistas y tratar con autocrítica la información científica. Los públicos merecen respeto, y eso pasa necesariamente por darse el tiempo de comprender los procesos geológicos para saber qué informar, en conciencia del impacto de la comunicación.

Además, existe una responsabilidad de la ciudadanía en general, para no reaccionar con fobia o con desconfianza ante la información técnica, tener la capacidad de identificar mensajes alarmistas y finalmente participar del control de las decisiones públicas sobre qué y dónde se construye.

La conciencia crítica (no destructiva ni impulsiva) es indispensable para superar los problemas territoriales de nuestro país.

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