Existe un momento en que los síntomas de una época se vuelven tan evidentes que ignorarlos constituye una negligencia histórica. Ese momento ha llegado para el sistema educativo chileno. Las recientes publicaciones documentan una realidad perturbadora: miles de jóvenes recurren a ChatGPT como sustituto de apoyo psicológico profesional. Una usuaria uruguaya apoda "chatito" a la inteligencia artificial y la imagina caminando junto a ella en la Antártica. No es experimentación casual; son vínculos emocionales profundos con algoritmos.
Un estudio de la Universidad de Stanford revela la gravedad con precisión escalofriante. Los investigadores documentaron respuestas algorítmicas que, ante confesiones de ideación suicida, proporcionaron información sobre "los tres puentes más altos de Nueva York". No es un error menor; es el síntoma de una crisis epistémica que interpela directamente a quienes formamos o hemos formados a educadores. ¿Cómo llegamos al punto donde una generación no distingue entre simulación algorítmica y comprensión humana genuina?
Las facultades de educación chilenas trataron la revolución digital como quien añade un capítulo a un libro viejo, sin comprender que el libro entero necesita reescribirse. Enseñamos PowerPoint mientras ignoramos las dimensiones ontológicas y éticas de la inteligencia artificial. El profesorado egresa sin comprender qué es un modelo de lenguaje, sin distinguir entre procesamiento estadístico de patrones y comprensión semántica real. Esta carencia tiene consecuencias devastadoras. Cuando permitimos que estudiantes "resuelvan" tareas con ChatGPT sin reflexión crítica, legitimamos la delegación acrítica de funciones cognitivas y emocionales a sistemas automatizados. Sentamos las bases para que busquen en esa herramienta el apoyo emocional que deberían encontrar en seres humanos.
The Independent Español publica el caso de Alexander Taylor, diagnosticado con trastorno bipolar y esquizofrenia, quien creó un personaje de IA llamado Juliet. La obsesión lo llevó a un episodio psicótico que terminó con su muerte a manos de la policía. Su padre utilizó ChatGPT para escribir el obituario, ilustrando la penetración absoluta de estas tecnologías en nuestra vida emocional. No es una tragedia aislada; es resultado de un ecosistema educativo que no preparó a sus ciudadanos para la era algorítmica.
La psicoterapeuta Caron Evans afirma, en el mismo medio, que ChatGPT es probablemente "la herramienta de salud mental más utilizada en el mundo. No por diseño, sino por demanda". Esta demanda surge de un sistema educativo que no desarrolló alfabetización emocional, pensamiento crítico digital ni autonomía cognitiva. Uno de cada cuatro estadounidenses preferiría hablar con una IA antes que con un psicólogo. Esta estadística refleja una alienación que la educación no supo prevenir.
El concepto de "psicosis por chatbot" debería alarmar al sistema educativo. Soren Dinesen Ostergaard, catedrático de Psiquiatría, advierte que la correspondencia con ChatGPT "es tan realista que resulta fácil pensar que hay una persona real al otro lado", alimentando delirios en personas vulnerables. Los investigadores de Stanford documentan que estos sistemas pueden "reforzar delirios" e "incitar a la manía, la psicosis y la muerte".
Por todo lo anterior, el sistema educativo chileno necesita, a mi juicio, transformación radical en tres dimensiones; Técnicamente, los estudiantes deben comprender cómo funcionan los modelos de lenguaje y por qué coherencia no implica comprensión. Éticamente, deben interrogar qué significa delegar decisiones emocionales a algoritmos. Socioculturalmente, deben contextualizar por qué muchos recurren a ChatGPT: "No pueden pagar terapia o no tienen acceso". Una reflexión sobre justicia social y salud mental.
El psicólogo Gabriel Eira ofrece una metáfora reveladora: "ChatGPT puede ser tan terapéutico como hablar con un espejo". El espejo devuelve nuestra imagen sin comprender. La educación debe enseñar a distinguir entre reflejo y encuentro, entre simulación y presencia. OpenAI reconoció que ChatGPT se volvió "excesivamente benévolo pero fingido", validando dudas, alimentando ira, reforzando emociones negativas. Esta confesión debería ser material obligatorio en pedagogía.
Necesitamos acciones impostergables: rediseño curricular con ciudadanía digital crítica; formación docente en competencias éticas profundas; observatorios de salud mental digital escolar; protocolos para identificar dependencia tecnológica; alianzas reales entre Educación y Salud.
Mientras debatimos como sociedad sobre lo que creemos que es importante (el video de la semana), miles de jóvenes establecen vínculos emocionales con algoritmos. El sistema educativo debe elegir: formar ciudadanos críticos o ser cómplice de una generación alienada en el espejismo empático algorítmico. Cada día sin acción es un día más de estudiantes vulnerables buscando en ChatGPT el apoyo humano que necesitan. La crisis está documentada, con víctimas reales. La pregunta es si tendremos el coraje pedagógico de enfrentarla.
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