En el último disco de los recientemente galardonados Ca7riel y Paco Amoroso aparece una palabra cargada de ironía, "Papota", que alude al uso de anabólicos para rendir más; "pichicatearse" diríamos en Chile: aumentar volumen, ganar más, brillar más. En su universo artístico, es la exageración hecha estilo. Pero también funciona como espejo de época, con una cultura marcada por el sobreconsumo, por inflarse hasta perder la medida.
Ese mismo impulso parece regir hoy el ecosistema de la divulgación científica en salud en redes sociales. Nos "papoteamos" de datos, estudios, titulares, reels de 20 segundos, papers y consejos de influencers. Queremos saberlo todo, prevenirlo todo, optimizarlo todo. Pero el exceso de información no siempre trae más conocimiento: muchas veces deja un efecto similar al de los esteroides en el cuerpo, una apariencia de fortaleza que encubre fatiga y confusión.
La pandemia fue el ejemplo más evidente de esta sobredosis. Como señaló The Lancet en su editorial "Health in the age of disinformation" (2025), el Covid-19 marcó un punto de inflexión. La ansiedad y la urgencia, combinadas con el uso masivo de redes sociales, transformaron la desinformación en un arma política y emocional. Los mitos sobre el virus y los tratamientos se propagaron como una infección, aprovechando el miedo y debilitando la confianza pública. Hoy el fenómeno se repite con temas como el cáncer, la salud mental o las terapias alternativas: mensajes seductores, aparentemente científicos, pero carentes de evidencia. Incluso han comenzado a replicar alucinaciones de plataformas de inteligencia artificial.
Los datos confirman esta "infodemia". Una revisión sistemática publicada en el Bulletin of the World Health Organization (Borges do Nascimento et al., 2022), que analizó más de 30 revisiones sobre desinformación en salud, estimó que entre 0,2% y 28,8% del contenido sanitario en redes era falso o engañoso: papota pura. Las consecuencias no se limitan a la confusión. Implican abandono de tratamientos, retraso en la atención médica, aumento del discurso de odio y pérdida de confianza social.
El problema no es solo corregir datos, es enfrentar el modo en que los algoritmos premian lo emocional, lo inmediato y lo polémico. Como advierte The Lancet, combatir la desinformación requiere más que verificadores; implica construir una pedagogía pública que inmunice contra la manipulación, enseñe a reconocer fuentes confiables y fortalezca la confianza colectiva.
¿Se puede regular el contenido "alto en papota"? Están surgiendo diversas propuestas: desde exigir a influencers certificaciones o formación para hablar de ciertos temas hasta campañas públicas como "Aguanta, chequea y comparte", del Gobierno de Chile. Pero también se necesita abrir un debate ético de la responsabilidad de estos roles en medios digitales, un espacio más profundo sobre los impactos reales de las estrategias de comunicación que hoy dominan el espacio digital.
La divulgación científica en salud no puede seguir la lógica del rendimiento constante. Necesita menos papota y más escucha, más pausa, más conversación. No basta con producir contenido: hay que generar confianza, sentido y comunidad. "Si quieres a alguien, no puedes ser tú". La frase del disco "Papota" nos recuerda que comunicar ciencia, hoy, quizá sea lo contrario: bajar la dosis.
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