Las ciudades tienen un modo propio de hablar. A veces lo hacen a través de la rutina de sus calles, barrios y de la vida diaria de sus habitantes. Pero hay momentos en que esa voz se escucha más allá y se vuelve visible; es cuando la ciudad se viste de fiesta. En Chile lo vivimos cada septiembre, con nuestras Fiestas Patrias. Las banderas en casas, edificios o por las calles bailan con el viento de la primavera que se asoma, la música folclórica que suena y los parques vestidos de fondas.
Todo esto convierte a la ciudad en un escenario vivo donde la identidad se comparte y se celebra. Por unos días, la rutina se interrumpe y la ciudad nos recuerda que, además de espacio físico, es un relato común.
Algo similar ocurrió con los Juegos Panamericanos en Santiago. No se trató solo de competencias deportivas: estaciones de metro intervenidas, espacios públicos rediseñados, barrios que se abrieron al mundo. La ciudad se transformó en un canal de comunicación activa, transmitiendo orgullo y pertenencia.
Estos procesos son una forma de inteligencia urbana; es la capacidad de una ciudad de abrirse, involucrando a su comunidad y proyectando un relato coherente. Así como ocurre también cuando una ciudad es sede de las Olimpiadas o del Mundial de fútbol; en München (Alemania), la fiesta del Oktoberfest convierte a la ciudad en epicentro global durante semanas y en Río (Brasil), el Carnaval llena las calles de colores y fiesta. Estas ciudades, impulsan su economía entera y se posicionan ante la mirada del mundo mostrando sus espacios públicos, sus sistemas de transportes, formas de vida, de administración, entre tantas otras, y su identidad se redibuja bajo una misma voz.
Una smartcity no se mide únicamente en sensores, datos o aplicaciones digitales y/o infraestructura instalada. También requiere de la habilidad para generar experiencias compartidas que fortalezcan la identidad, dinamicen la economía y dejen huellas duraderas en la infraestructura habilitada y en la memoria colectiva.
Las fiestas y los grandes eventos son momentos en que la ciudad despliega su mejor versión. Está más comunicativa y participativa, siendo una posibilidad cierta de estar abierta a la innovación. Si hacemos nuestra fiesta con visión de futuro, no sólo transformamos la ciudad por unos días, sino que construimos capital social, fortalecemos la confianza y abrimos nuevas oportunidades para quienes la habitan.
Las ciudades de Chile se visten de fiesta como una oportunidad para ensayar nuevas formas de movilidad, de uso del espacio público, de economía creativa y de participación y así tener ciudades que poseen inteligencia urbana con capacidad de conectar tecnología con emoción; planificación con identidad y desarrollo con participación; construyendo ciudades que celebran y que crecen.
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