En el Barrio Lastarria de Santiago se está desarrollando una significativa disputa que mantiene enfrentados a los vecinos habitantes del edificio ubicado en Rosal #312 con el Consejo de Monumentos Nacionales (CMN). Versión oblicua de la discusión sobre combate a las “incivilidades” que decidió implantar el Presidente Piñera en la agenda, durante su Cuenta Pública 2018, en la cual prima la idea de ordenar y mantener limpio el espacio público por sobre otras consideraciones.
El objeto de la discordia es un mural que formó parte de la quinta versión del Festival Hecho en Casa ENTEL (2017), cuyo autor es el antofagastino Luis Núñez San Martín y que se ha convertido en un atractivo referente visual del barrio.
En una entrevista, Jorge Malhue y Gabriela Moreno, voceros del comité de vecinos del edificio, manifestaron su decidida oposición al borrado del mural, según lo ha determinado el CMN con su resolución.
El interés por intervenir artísticamente la fachada del edificio surgió como un camino para dar solución al nivel de deterioro que exhibía el edificio. Desde hacía tiempo se habían hecho gestiones para llevar a cabo un eventual arreglo de los muros.
Tras comprobar que no contaban con los recursos económicos requeridos para hacer las reparaciones, ni tampoco con ayuda institucional, surgió la idea de facilitar la fachada del edificio a la organización del quinto festival de intervenciones artísticas urbanas Hecho en Casa (28 de septiembre al 8 de octubre del 2017), patrocinado por ENTEL. La idea fue acogida.
El festival gestionó y financió la reparación del muro externo mediante la realización de un mural por parte de Luis Nuñez, artista visual autodidacta, conocido en el norte por sus diseños hiperrealistas en edificios de interés público.
El resultado fue una obra visual de 180 m2 aproximadamente, realizado en un mes por el artista junto a diez colaboradores. Con un estilo casi fotográfico, el “Mural Patrimonial”, representa a algunos de los habitantes que forjaron la historia de la ciudad y del sector, como Victoria Subercaseaux y José Victorino Lastarria, personaje histórico que le otorga nombre al barrio.
Incluye la exhibición de exteriores - ladrillos a la vista, fachada y calles de época, transportes -, interiores, una biblioteca, y hasta el homenaje del autor a una de las vecinas que luchó por la reparación del edificio retratada en el umbral de una ventana. Según lo expresado por los dirigentes, la calidad de la pintura invertida es tal que puede llegar a durar diez años en buen estado.
El acuerdo entre el Consejo de Monumentos Nacionales y Festival Hecho en Casa dispuso la permanencia de la obra solo por seis meses, debido al carácter patrimonial del edificio, construido en los años 30 del siglo pasado. No obstante, el mural ya suma 8 meses de existencia. Los dos meses de sobrevida de la obra han costado a sus gestores el pago de tres multas. La existencia del mural se encuentra amenazada, no por deterioro, sino por contravenir los criterios estéticos del CMN. De paso, la entidad asume que sean los gestores del mural quienes se hagan cargo de pintar de nuevo la fachada con un solo color.
Lo rescatable de esta controversia es el despertar de la organización vecinal, empeñada en evitar la desaparición del mural. Los argumentos que esgrimen responden a intereses compartidos no tan solo por los vecinos del edificio, sino también por comerciantes y visitantes.
Una encuesta elaborada por los gestores del festival reveló que, en el período, los comerciantes vieron incrementadas sus ventas en cerca de un 33% y que un 63,6% de los encuestados ha notado un aumento de personas en el barrio. Por otro lado, el 100% de los encuestados consideran que el mural es un aporte al barrio y lo evalúan con nota 6,5.
Desde la vereda opuesta, el documento del CMN argumenta, según los voceros, que el mural no es armónico con las características del edificio, el cual fue diseñado en estilo Bauhaus por el arquitecto Ítalo Sasso y que se ubica en zona típica, calificación entregada por el CMN al “Barrio Santa Lucía – Mulato Gil de Castro – Parque Forestal”.
Por parte de la Municipalidad de Santiago, el inmueble está registrado en las fichas de conservación histórica, bajo la asesoría del departamento de Patrimonio Urbano del ministerio de Vivienda y Urbanismo.
En la ficha el edificio no califica como “de importancia histórica”, pero sí se indica que posee valor urbano, pues “contribuye a realzar el sector o paisaje”, además de señalar el valor arquitectónico del inmueble. En resúmen y por todo lo anterior, el “Mural Patrimonial” se yergue, según el dictamen del CMN, en desmedro de los valores formales de la zona típica en cuestión.
Por el momento, la decisión acerca de si borrar o mantener el mural parece estar en manos de las instituciones estatales y municipales involucradas. Frente a ello, el comité de vecinos busca influir, ejerciendo una férrea defensa del mismo, por medio de la difusión de antecedentes técnicos y simbólicos que sostienen el valor de la permanencia de una obra de arte urbano que ya es asumida por dichos habitantes como propia.
A nosotros, investigadores del muralismo a cielo abierto, congregados en el blog La Antesala (wordpress), nos parece importante destacar el valor que ha tenido el proceso de producción, difusión, exhibición y autocuidado del mural en todos los involucrados: artistas, vecinos, trabajadores del comercio, transeúntes y turistas.
Todos ellos compartieron el proceso de pintado con el equipo artístico y como ha señalado Alejandro “Mono” González, “aprendieron por medio de la observación sobre las prácticas del muralismo”. Luis Núñez San Martín, por su parte, también se declara aprendiz.
De acuerdo con lo relatado por él, ésta fue su primera experiencia haciendo muralismo expuesto a merced de las reacciones de la gente, en un concurrido espacio público. Así, gran parte de las personas involucradas apreciaron y disfrutaron, algunos por primera vez, las particularidades del Street art.
Es probable, incluso, que esta experiencia haya despertado en la red de instituciones culturales del Barrio Arte-Lastarria la idea de realizar el reciente Festival de Arte Urbano 2018, el cual incluyó el pintado de significativos mega murales por parte de Inti Castro, Mono González, Jade Rivera, Stfi, Fitz y T.H.E.I.C. y Francisco Maturana.
En suma, la relevancia de la controversia radica en que trasciende la reiterada preocupación por “el permiso” o “la civilidad” de los jóvenes, que conllevaría pintar o no grafitis en la vía pública. Lo que está en juego es la manera como entendemos y asumimos el patrimonio cultural. La situación relatada consigue poner en cuestión las jerarquías respecto a quienes definen y deciden el valor patrimonial de un inmueble. Incluso pone en jaque la rigidez en torno al concepto mismo de patrimonio, qué se entiende por tal.
No en vano, la extinta DIBAM, afirmándose en los postulados de la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco, acuñó el 2005 la siguiente definición.
El patrimonio cultural es un conjunto determinado de bienes tangibles, intangibles y naturales que forman parte de prácticas sociales, a los que se les atribuyen valores a ser transmitidos, y luego resignificados, de una época a otra, o de una generación a las siguientes. Así, un objeto se transforma en patrimonio o bien cultural, o deja de serlo, mediante un proceso y/o cuando alguien -individuo o colectividad-, afirma su nueva condición.
Y remata dicha cita el actual Servicio Nacional del Patrimonio, entidad del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, en su página web.
El hecho que el patrimonio cultural se conforme a partir de un proceso social y cultural de atribución de valores, funciones y significados, implica que no constituye algo dado de una vez y para siempre sino, más bien, es el producto de un proceso social permanente, complejo y polémico, de construcción de significados y sentidos. Así, los objetos y bienes resguardados adquieren razón de ser en la medida que se abren a nuevos sentidos y se asocian a una cultura presente que los contextualiza, los recrea e interpreta de manera dinámica.
¿No es hora entonces de conceder a los vecinos de Rosal #312 la razón y dejar espacio para que el patrimonio pueble la ciudad con sus renovados imaginarios y representaciones?
Co-autora, Victoria Jara, licenciada en Historia con mención en gestión cultural de la Universidad de Santiago.
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