El cuento de Chile

Vieja expresión que todavía se escucha: el cuento como equivalencia o sinónimo de chiste, es decir breve historieta que se remata de un modo pretendidamente hilarante. Los hay burdos y brillantes, los que detonan la carcajada fácil y los que te dejan perplejos unos segundos y luego te hacen asomar una sonrisa profunda y duradera, los mejores, como dice Bioy Casares.

Cuando pienso en la imagen que Chile ostenta estos raros días, no dejo de asociar estos dos términos. Aunque no sé si el desenlace motive risa alguna.

En sendos tratados, Edmundo O’Gorman y Alfredo Jocelyn-Holt han examinado lo que se denomina la invención de América. Empobrecidos, desesperados, (que no se le olvide) los europeos buscaron ya hace más de quinientos años, hacer realidad sus sueños, sus historias, sus cuentos en nuestro continente que ya funcionaba con los propios.

El balance costo-beneficio es desigual: los genocidios de los pueblos originarios son unánimemente condenables, nuestra herencia cultural, sigue siendo fruto de debate. Los conquistadores no encontraron la Arcadia que imaginaban, en su lugar se dieron contra un mundo que no entendían; por las buenas o por las malas (más por las últimas) acabaron imponiendo una especie de mixtura o patchwork que, en último término nos convirtió en lo que somos.

Como en aquella célebre miniatura de Borges, la ficción acaba suplantando al paisaje; si este sueño existe o no, advierte Claudio Magris en su espléndido libro El Danubio, realmente no importa, en último término acaba siendo, para la cultura dominante, más real y vital que el espacio geográfico que lo contiene.

Relato, llaman a este manojo de historias los analistas, cuando, bajo el surgimiento de una nación o su continuidad, subyace una ideología. País de experimentos, al nuestro, no le han faltado cuentos.

La rapidez exasperante con los que la endémica clase dirigente los suplanta unos por otros ha dado, como resultado, nuestra falta de identidad.Desde el criollo terrateniente, cansado del tutelaje de la corona que engendró la idea de la independencia hasta el Chicago Boy cansado del tutelaje del estado (que le impedía hacer negocios a destajo), varias son las ideologías que han desfilado a través de nuestra historia sin que ninguna logre prevalecer, como las pilchas que la moda relega rápido al olvido.

Carente de reflexión, de asimilación, nuestra historia pasa rápido ante nuestros ojos. Ilustrados sin Ilustración, posmodernos sin modernidad, revolucionarios sin revolución, hoy campeamos en el continente como el país que más crecimiento económico presume, volvemos a hablar de la casa decente en el mal barrio, resucitamos viejas fábulas de superioridad jocosamente cutánea, semejante petulancia recuerda a la breve fiebre del salitre que ya olvidamos, la prosperidad pionera del carbón, etc. Y ya conocemos sus consecuencias de pobreza, violencia y muerte…

Si a usted, buen hombre, le parece mera diletancia lo que escribo, desprecia el pasado y mira-con- optimismo-el-futuro, entonces lo invito a tomar su bici progre y recorrer su propia, desordenada, inconclusa capital como un vórtice absorto en sí mismo, como un tsunami congelado.

Barrios despreocupadamente superpuestos unos a otros, estilos arquitectónicos que apenas lograban el clímax cuando las palas mecánicas los están echando abajo, calles trazadas al lote, que la administración siguiente modificaba con la misma torpeza titulada en Harvard.

Las casas de adobes, que lo llenan de orgullo a usted escuchando a los Huasos del Algarrobal, sucumben no a los terremotos, sino a la miopía del avaro arrendador que los taladra de cubículos miserables, donde hacina más y más inmigrantes hambrientos, atraídos por este cuento de nunca acabar, en perpetua transformación.

Muy cerca, edificios neoclásicos sobreviven a duras penas a la orina, los tags y los boliches para universitarios alcohólicos que los parasitan, arquitectos siúticos (que creen que a esta pobre nación joven le falta clase), prodigan edificios de predecible vidriería que no hace sino aumentar la refracción y el calor en esta olla de greda asfixiada.

No hablemos de los audaces proyectos cincuenteros súper aerodinámicos que colapsaron mucho antes que senectos cités o de los brutales acarreos dictatoriales para limpiar comunas de gente “indeseable” y elevar hasta las nubes la especulación en torno a apetecidos “paños”.

Recorra Santiago de cabo a rabo, su barrios limpios y barrios sucios y verá que el cuento no se lo contaron igual a todos.

A los que van adelante ya les contaron como va a terminar y están más optimistas que nunca con el 6% y, para que nadie más los alcance, siguen activando la maquinita monótona de la especulación (más cuentos e inventos) para sembrar miedo e incertidumbre.

Los más viejos, mareados con tanta tecnología inteligente y tantos supermercados simplemente no pueden creerlo, recordando el atraso forzado por esa misma elite que pensaban, en esos años, que la diversión consistía en creerse grandes latifundistas a la última moda de París.

Los pobres aún sueñan con que la tarjeta de la multitienda los lleve al Caribe y no ante los tribunales económicos. La clase media vive aterrada por los cuentos de fantasmas, de quiebras y desempleo y francamente no quiere saber como va a ser el macabro The End.

Chile parece una ficción tembleque, armada, claro, a la rápida, con tinglado de cuentos falsos, que parecen rápidamente decaer en un chiste de circo pobre que, al final, no hace reír a nadie, salvo a sus astutos creadores que pronto nos sorprenderán con alguna nueva, hollywoodense y burda historieta de prosperidad y desarrollo.

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