Hoy, 7 de abril, celebramos el hecho ocurrido hace 128 años: en una modesta casa de adobe, con piso de tierra y cielo de arpillera, en Vicuña, nació una niña a la que sus padres nombraron Lucila, sin sospechar quizás que ella, haciendo honor a su nombre Lucila, es decir, la que nació a la luz del día, sería portadora de un destino extraordinario, un poderoso rayo de luz surgido de entre esos cerros para iluminar con su escritura, sus ideas y su testimonio de vida a nuestro país y América Latina entera, hasta nuestros días.
Celebramos este aniversario en un país muy cambiado respecto del tiempo que ella vivió, pero en donde hay temas que siguen ocupando la imaginación y el entusiasmo de los chilenos, entre ellos la educación, objeto de reformas y debates que parecen no llegar a puerto.
La Educación fue una de las grandes pasiones de Gabriela Mistral, por propia vocación y por influencia familiar de su padre y hermana. Al igual que Sarmiento, creía en la educación como poderoso instrumento para construir sociedades mejores, pero a diferencia de éste no sobreponía la cultura europea a la identidad americana.
Desde muy joven, a pesar de malas y hasta traumáticas experiencias escolares, se dedicó a enseñar, empezando siendo apenas una adolescente en el sector de La Serena llamado Las Compañías, hasta terminar como directora de escuelas en Punta Arenas, Temuco y Santiago, para después ir a México a inspirar la gran reforma educacional de José Vasconcelos en el país azteca.
No tengo claro si para ella el “Oficio Lateral”, es decir, esa segunda actividad que permite evitar el tedio y la rutina, era ser educadora o ser poeta o prosista. Lo que sí es evidente es que practicó ambas vocaciones con compromiso y un sentido de trascendencia primordial. Para ella la enseñanza no era un oficio, sino un apostolado. “Enseñar siempre: en el patio y en la calle como en la sala de clase. Enseñar con la actitud, el gesto y la palabra”, decía en sus Pensamientos Pedagógicos.
“Nuestro mundo moderno, afirmaba, sigue venerando dos cosas: el dinero y el poder, y el pobre maestro carece y carecerá siempre de esas grandes y sordas potencias”. Para ella el arte de educar, porque de eso se trata, de un arte y no de una actividad rutinaria ni medible ni evaluable en pruebas estandarizadas, se basa en el amor: “El amor a las niñas enseña más caminos a la que enseña, que la pedagogía”; en la belleza: “Toda lección es susceptible de belleza”, y en la palabra, “No coloquéis sobre la lengua viva de los niños palabra muerta”.
Por eso consideraba al maestro como la figura central de toda reforma educacional y la lectura, y el libro, objeto primordial, como fuente de alegría.“Hacer leer, como se come, todos los días, hasta que la lectura sea como el mirar, ejercicio natural, pero gozoso siempre. El hábito no se adquiere si el no promete y cumple placer”.
Celebramos este día el nacimiento de Lucila y su transformación en Gabriela Mistral, maestra, poeta y pensadora universal, que todavía nos enseña.
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado