Gabriela Mistral ha sido por muchos años leída y divulgada en clave maternal. La autora de las bellas canciones de cuna, las rondas, los magníficos remakes de clásicos libros infantiles, y de sus poemas sobre la maternidad, ciertamente dieron pábulo a la creación de una imagen que interesadamente el mundo conservador chileno difundió después de su muerte, porque afirmaba a la mujer en el rol que en la época se le atribuía y le prestaba al catolicismo más vigilante una figura dotada del prestigio del premio Nobel para contrarrestar la influencia del feminismo y de nuestro otro Nobel, comunista y ateo.
No obstante, ya desde los años 90, se ha venido instalando otra lectura, que reivindica una Mistral feminista, emancipadora, progresista, la mujer con proyecto propio que fue la propia Gabriela. Pero las cosas con la Mistral nunca han sido tan simples.
Lo cierto es que Gabriela Mistral fue desde muy joven una encendida defensora de los derechos de las mujeres, lo que le significó el rechazo de la sociedad de la época. Pero también hay que decir que sus relaciones con el feminismo de la época no fueron fáciles ni convergentes. De hecho la poeta se enfrentó dura y polémicamente al feminismo militante, al que consideraba un movimiento que, paradojalmente dada su reivindicación del trabajo femenino, prescindía de las mujeres trabajadoras del campo y las fábricas.
En una carta respondiendo a la invitación a integrarse al movimiento contestó, “Con mucho gusto, cuando en el Consejo tomen parte las sociedades de obreras y sea así, verdaderamente nacional, es decir, muestre en su relieve las tres clases sociales de Chile”.
Participó polémicamente en los debates del feminismo, y muy críticamente respecto del movimiento en Chile.
“El feminismo llega a parecerme a veces, en Chile, una expresión más del sentimentalismo mujeril, quejumbroso, blanducho, perfectamente invertebrado, como una esponja que flota en un líquido inocuo. Tiene más emoción que ideas, más lirismo que conceptos sociales (…) No importa, existe la fuerza, nos hemos en trance de obrar, y unos diez ojos sagaces y manos tranquilas ya pueden empezar la ordenación”.
Ella dirá, cuando “se me hace por la milésima vez la pregunta de orden: ¿es usted feminista? Me parece más honrado contestar con un no escueto: me falta tiempo para entregar una larga declaración de principios”.
En 1927, en el famoso artículo en que discute sobre la organización del trabajo femenino sostiene que, “la mujer ha hecho su entrada en cada una de las faenas humanas. Según las feministas, se trata de un momento triunfal, de un desagravio, tardío, pero notable. No hay para mi tal entrada de vencedor romano”.
Profundizando su crítica al feminismo radical dirá, “hay un lote de ultra amazonas y de walkirias, elevadas al cubo, que piden con un arrojo que a mí me da más piedad que irritación, servicio militar obligatorio, supresión de vestido femenino y hasta supresión de género en el lenguaje”.
Entonces, en palabras de Gabriela Mistral, “El fruto de mi leyenda antifeminista, (es) tan gratuita como la de feminista que en Cuba me hicieron”. Lo que es claro es que ella demandaba con mucha fuerza los derechos de la mujer, a la educación, al trabajo adecuado y remunerado en igualdad de condiciones, al sufragio, al que consideraba un derecho de todo el género humano. “Desde que la revolución que llaman grande, clavó con picota rotunda el principio de representación popular, quedó por entendido que el voto correspondía al género humano. Discutir sobre la extensión de este derecho no es serio y, cuando no prueba malicia, prueba estupidez”, dirá.
Sostuvo una y otra vez que la mujer debía ser consciente de su privilegio de ser portadora de la vida y que la sociedad debía valorar de otra forma el ejercicio de la maternidad y el cuidado de los niños y niñas, tareas que ella consideraba las más dignas de su condición.
Difícilmente la Mistral podrá ser usada como estandarte de un sector político o incluso del movimiento feminista sin evidenciar ignorancia sobre sus ideas o tergiversarla gravemente.
Su rico pensamiento y su participación como intelectual en las grandes polémicas de su tiempo merece ser conocido más allá de las consignas con que casi siempre se tapa un pensamiento complejo.
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