En términos clásicos, el sistema solar es un conjunto de planetas –del griego, errantes- que giran alrededor del Sol, nuestra gran estrella. Suman nueve: Mercurio, Venus, Tierra y Marte, llamados planetas terrestres, más Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, gigantes gaseosos o planetas govianos, agregándose a ellos Plutón, el enano del conjunto.
Sus nombres provienen de la antigua mitología. La Tierra, Gea para los griegos, era Tellus en la cosmogonía romana. Marte, más latino que griego por su popularidad, es el dios de la guerra que no siempre vencía en sus batallas. Y pese a su naturalis bellum tuvo profusos lances eróticos, incluida la divina Afrodita.
Suele ponerse de moda por los anuncios de agua y vida en su planicie. El astrónomo y humorista José Maza recomienda adquirir terrenos en ese cuerpo celeste; lo ve como futuro asentamiento humano. No podemos afirmar que haya vida en Marte, dice, pero está convencido de que el próximo gran desafío es ir allá.
Su distancia de la Tierra oscila entre 59 y 102 millones de kilómetros, tiene poca atmósfera y temperaturas similares a Siberia o parte de Noruega; un clima más agradable que la Luna, a la cual se tarda dos días en llegar. A Marte, sólo se puede ir y volver en un año y medio, según los actuales medios de locomoción.
Colonizarlo es inevitable, concluye nuestro Premio Nacional de Ciencias Exactas.
Sugestivas observaciones que parecen ignorar premonitorios esfuerzos descubridores. En enero de 1999, verano del cohete, fue el primer intento; fallido por la muerte de Nathaniel York y su amigo Barth a manos del señor Yll, celoso de los sueños telepáticos que su mujer, la señora Ylla, tenía con el comandante York.
Los marcianos, morenos, de ojos rasgados y amarillos presentían que algo terrible se avecinaba. La segunda expedición no fue más exitosa. Apenas una breve estadía, con el capitán Jonathan Williams y sus tres subalternos recluidos en un manicomio e inmolados por un psiquiatra. La nave espacial terminaría siendo vendida como chatarra.
La tercera incursión la integraban diecisiete miembros, contado su jefe, John Black. Ya posado el cohete en un verde prado, los viajeros observaron que a su alrededor se extendían las casas blancas con ladrillos rojos de un tranquilo pueblo con iglesia y campanario, calles con álamos y castaños mecidos por el viento. Idéntico a villorrios conocidos por ellos.
Pronto, la astronave sería rodeada por una multitud en la cual los terrícolas reconocieron rostros familiares: abuelos, padres, tíos, hermanos, novias, fallecidos hacía tiempo. Y fueron invitados por sus parientes a visitar sus viejas casas. Black, luego de comer con sus padres, está acostado en la cama de bronce de su antiguo dormitorio; en la cama contigua, su hermano Ed.
Se deja llevar por sus pensamientos: ¿Cómo se creó este mundo? ¿Por bondad divina? ¿Dios se preocupa tanto de sus criaturas? Súbitamente, surge un supongamos… que Marte está habitado por seres que al vernos llegar nos odiaron, y quieren destruirnos como invasores indeseables, tomándonos desprevenidos.
Esta cama y esta casa son ficciones de mi imaginación, materializadas por sus poderes telepáticos e hipnóticos. ¿Y si ellos hubieran sacado este pueblo de los recuerdos de mi mente? Y lo poblaron con las personas a quienes más querían los tripulantes, sacándolos de sus mentes.
Entonces, los que duermen en la habitación contigua no serían mis padres, sino dos prodigiosos marcianos capaces de mantenerme soñando. Y aquí estamos esta noche, desarmados y en distintas casas y lechos. ¿No será esto parte de un plan para suprimirnos?
De pronto, la teoría deja de ser teoría y sintió miedo. Se levanta en silencio, y cuando escucha la fría voz de su hermano, John Black corre hacia la puerta … pero no la alcanza. A la mañana siguiente, de las casas de esa calle salieron reducidos cortejos. En el cementerio, luego de bajar los ataúdes, alguien habló de “el inesperado y repentino deceso de dieciséis hombres dignos…”
Por el fracaso de las anteriores, los integrantes de la cuarta expedición al mando del capitán Wilder, arribaron con la idea de ser los primeros hombres en Marte. El cohete descendió a orillas de un mar seco, a pocos kilómetros de una ciudad muerta. Sin duda, estaban en la extensa sepultura de una civilización devastada.
Poco después descendió la nave auxiliar; el geólogo Hathaway determinaría que esa ciudad murió hace miles de años, igual que otras tres que se ven en las colinas. Pero hay una quinta que hace una semana estaba habitada pero todos fallecieron de varicela, un presente traído desde la Tierra. Quizá algunos huyeron a refugiarse en las montañas.
En esta expedición ocurre algo notable: el nauta Spender, decidido a preservar la cultura marciana que empieza a conocer aprendiendo a leer sus libros antiguos con delgadas páginas de plata y letras pintadas a mano en negro y oro, resuelve alejarse del grupo. Sus ciudades son hermosas. Sabían cómo unir el arte y la vida. La ciencia y la religión se enriquecieron mutuamente sin contradecirse.
Presiente que los grandes intereses, las mineras y el turismo destruirán los restos de esa civilización. Recuerda que en la Tierra tenemos un talento especial para arruinar lo bello y lo noble. Y su deseo de permanecer solo en Marte implica eliminar al resto de la tripulación …
Si se quiere disponer de más antecedentes sobre este asombroso asunto, debería consultarse las Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Asimismo, ante el deseo generalizado de partir rumbo a los espacios siderales, también es válida la opción poética propuesta por Jorge Teillier.
Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.
... Sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio.
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