Las claves de la novela chilena reciente

En Cartografía de la novela chilena reciente (Ceibo, 2015), Macarena Areco instala la necesidad de comprender la pluralidad de novelas producidas desde 1990 a la fecha a partir de “cuatro territorios genéricos”, a saber: realismos, experimentalismos, subgéneros e hibridaciones.

Para ello, divide el libro en dos grandes secciones. La primera parte se denomina “Mapas”, y allí la investigadora desarrolla en profundidad cada uno de los territorios recién mencionados, junto a otros tres especialistas. De este modo, Catalina Olea se hará cargo de los realismos; Jorge Manzi de los experimentalismos; la propia Areco de la novela híbrida y los subgéneros, por último, se dividirán en dos partes: el policial, analizado por Marcial Huneeus, y la ciencia ficción, otra vez por Areco.

La segunda parte del texto se llama “Ejercicios”. Aquí se ejemplifica el método cartográfico en obras diversas que abarcan los cuatro territorios en estudio. Los autores escogidos son Alberto Fuguet en realismo; Diamela Eltit, Antonio Gil y Francisco Rivas con novelas híbridas;Cristián Barros como ilegibilidad y experimentalismo; Álvaro Bisama y Jorge Baradit como subgéneros.

Pero vayamos por parte.

En el primer territorio, Catalina Olea destaca que en los noventa Alberto Fuguet y Sergio Gómez opusieron “a la tradición fantástica del realismo mágico” lo que denominaron “realismo virtual”, pensando a Latinoamérica ya no como un mundo rural encantado sino urbano, caótico y disfuncional. Aquí habría una vuelta a los conceptos básicos del realismo: la existencia de una“realidad objetiva” que es “posible de representar de manera verosímil a través del lenguaje”.

En la vereda opuesta a los autores de McOndo, críticas como Nelly Richard y Soledad Bianchi cuestionaron la calidad literaria, el sentido ideológico y la excesiva mímesis de los noventa, en la generación conocida como Nueva Narrativa Chilena, “reeditando así la antigua oposición entre realismo y vanguardia”, siendo la segunda considerada una escritura de resistencia.

Olea da cuenta, asimismo, de los nuevos costumbrismos, con representaciones de “determinados sectores de la sociedad a través de la construcción de personajes que se suponen representativos”. Aparece aquí, junto a Rafael Gumucio, la notable escritura de Marcelo Mellado, su “sátira grotesca”, quién, junto al primero, presentan una “voluntad ensayística” de mayor ambición: “no solo describen las costumbres de sus personajes sino que, además, las interpretan según sus propios criterios sobre la identidad nacional o de clases que estos encarnan”.

Una mirada general a los realismos permitiría establecer que este territorio mantiene su importancia en la narrativa chilena, aunque con un cambio relevante: el giro del “gran fresco social” de la vuelta a la democracia (Oír su voz de Arturo Fontaine) al realismo de cuño minimalista y casi siempre en primera persona (Camanchaca de Diego Zúñiga). Asimismo, la verosimilitud, “más que por los detalles descriptivos, es generada por la tecnología, la industria popular y los medios de masas (Mala onda de Alberto Fuguet)”.

Jorge Manzi, en tanto, al estudiar el segundo territorio, los experimentalismos, señala que este modo de producción literaria ha perdido su capacidad de “revolucionar las formas de la escritura; en el siglo XXI se vuelve ilegibilidad y hermetismo para el gran público, aunque su crítica a la historia, el lenguaje, el sujeto y el poder ha abierto vías de reflexión, discusión y producción muy fructíferas”.

Las novelas que aborda, en orden “a sus principios de composición”, pueden calificarse de experimentales a partir de los siguientes elementos, definidos por Macarena Areco: “opacidad de relación significado/significante, constructivismo y artificialidad, descentramiento del sujeto, crítica a los esencialismos, a las identidades fijas y a las relaciones de poder, aporía y deconstrucción”.

Estas obras, advierte el investigador, persiguen “una legitimación universitaria”, de especialistas, en contraste a la que encuentra el policial o la ciencia ficción en el mercado.

Su escritura se arma a contrapelo de “las convenciones más fuertes del`relato clásico’, articulado desde secuencias lógicas que estructura la trama principal, siempre comprensible, y que va tras“la prosecución o resolución de uno o varios enigmas”. Además, presenta “una exuberante referencia a saberes y disciplinas de la cultura”, lo que es consonante a su validación en espacios académicos antes que de la cultura de masas.

Destacan en este territorio Diamela Eltit, Antonio Gil, Guadalupe Santa Cruz, Cristián Barros, Carlos Labbé y Pablo Torche.

En cuanto a la novela híbrida, señala Areco, su centralidad es incuestionable: más de un tercio de las novelas que revisaron los cuatro investigadores pertenecía a este territorio; había, claro, algunas excepciones en las obras de Rimsky, Bisama y Zambra, principalmente porque entrecruzan diversos territorios.

Esta novela “se constituye como la forma prioritaria que engarza con la disponibilidad de códigos, la desterretorialización y la fragmentación del período actual ligado a la pos modernidad”.

Así, la novela híbrida será también la novela de la ausencia: “la caída de los metarrelatos (Lyotard 1993), el desgaste del aura del arte y su consecuente sumisión al mercado (Benjamin 1973), la imposibilidad de la vanguardia y el consiguiente ritual que aparenta la ruptura ejecutado por la neovanguardia (Paz 1995)”.

No obstante, en este territorio “también están presentes formas discursivas en la frontera de lo literario, entre ellas el testimonio, la enciclopedia y los textos periodísticos”. Aquí destacan Mauricio Electorat, Marcelo Simonetti y Cynthia Rimsky. En ellos, “no se trata del empleo de uno de los subgéneros o de las modalidades discursivas descritas, sino del entrelazamiento y la transgresión, en distintos grados, de sus códigos”; los géneros entendidos como “bricolage (Lévi-Strauss), es decir, se toman elementos aislados, con una finalidad distinta a aquélla para la que fueron creados”.

Areco operacionaliza la noción de desterritorialización de Deleuze y Guattari desde una variable territorial, temática y epistemológica. La primera se refleja en la inmersión de mundos globalizados, como sucede con El número Kaifman(2006), de Francisco Ortega.

En la segunda, en tanto, la dispersión une contenidos y temas de una diversidad inverosímil; ejemplo de ello es Prácticas rituales (2005), de Carlos Tromben, que articula temáticas como “el alpinismo, la paleontología, el fascismo y el ocultismo, con algunas escenas de la bohemia santiaguina, del funcionamiento de la Policía de Investigaciones y de la prensa sensacionalista”.

Los quiebres epistemológicos, por último, “rompen con los principios de identidad y de no contradicción”, como sucede en Fotos de Laura (2012), de Marcelo Leonart. Resalta, asimismo, la indeterminación identitaria como formas de desterritorialización de los personajes, y la autoficción (Bolaño, Zambra y Labarca).

Otros géneros que se hibridizan son el relato de viaje y de carretera (Patricia Poblete), las modalidades no realistas, como lo fantástico, lo maravilloso, la ciencia ficción y el cuento de hadas (Francisco Rivas) o la novela histórica (Darío Oses). Un texto ambicioso, en este sentido, sería Mapocho (2002) de Nona Fernández, que mezcla “la novela del enigma, la histórica y el melodrama”.

Cerramos con los subgéneros del policial y la ciencia ficción. El primero, según Marcial Huneeus, “desmonta progresivamente la fórmula crimen-investigación-verdad-justicia” y en algunas obras la verdad simplemente no llega o, cuando aparece, ya no es relevante.

En este contexto refulge como central la novela Estrella distante (1996), de Roberto Bolaño, que enseña los tres períodos del policial: el detective racionalista creado por Poe, la serie negra y el neopolicial. Dentro de este último registro, advierte Huneeus, el protagonista indiscutido en nuestras tierras es Ramón Díaz Eterovic con su extensa saga del solitario detective Heredia.

Macarena Areco, por último,  en ciencia ficción hará un exhaustivo recorrido (tanto de las novelas como de su correlato crítico) que comienza en el siglo XIX y termina en nuestros días, con las buenas noticias de un subgénero activo y con varios títulos publicados, destacando la década de entregas que ha consagrado a Jorge Baradit como la punta de lanza del movimiento en Chile.

En suma, Cartografía de la novela chilena reciente es una revisión compleja e interesante del género en las últimas décadas a partir de un método pertinente (el cartográfico) dada la diversidad inabarcable de títulos aparecidos en dicho período.

Se une –de manera explícita– a la tradición académica que aborda la novela nacional, con nombres tan notables como Rodrigo Cánovas, José Promis o Grínor Rojo, y nos entrega una panorámica valiosa para indagar en las temáticas y formas más recurrentes en la narrativa actual.

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