Fueron muchos los años de trabajo, escucha y diálogo. Un sinnúmero de comisiones, encuentros, coloquios, seminarios, consultas y debates que aportaron y enriquecieron el contenido del proyecto que la Presidenta de la República, Michelle Bachelet, promulgó este viernes en La Moneda. Este hito, que ha sido un logro para las culturas, las artes y el patrimonio, lo es también para nuestras instituciones públicas y sus funcionarios dedicados a estas materias. Pero también lo es, muy decididamente, para la vida de la ciudadanía cultural de Chile, y para los que vemos en las culturas una posibilidad real de desarrollo y bienestar social.
Hablamos de años durante los cuales diversas figuras han contribuido desde sus miradas para llegar a este día. Personas a quienes agradezco públicamente el no renunciar a este camino hacia una institucionalidad más robusta para todos los chilenos y chilenas.
A ellos se ha sumado la experiencia, aporte y perspectiva de creadores, cultores, académicos, trabajadores del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, de la Dibam, del Consejo de Monumentos, y gestores culturales que han sido parte sustancial de este proceso histórico de reflexión y propuestas para la creación de un organismo público cultural y patrimonial del más alto nivel. Una organización eficaz y madura, capaz asumir los grandes desafíos y oportunidades que tenemos como sociedad.
Hubo hitos relevantes que en conjunto dibujaron el camino hacia lo que está ocurriendo en el presente. Desde la Comisión Presidencial que lideró Manuel Antonio Garretón el año 91, seguida por la Comisión Ivelic, y más tarde por la tarea que llevó adelante Agustín Squella y la Comisión que se conformó para debatir y proponer una nueva institucionalidad patrimonial, entonces presidida por Raúl Allard. Todo lo anterior reforzado por los distintos cabildos y congresos convocados por parlamentarios, organizaciones de creadores, cultores, corporaciones y fundaciones.
Por esto decimos que la institucionalidad que hoy alcanzamos es producto de un camino largo en cuya base estuvo la recuperación de la democracia, pues solo en libertad un ministerio de las Culturas puede cumplir su misión de ser una estructura destinada al florecimiento de la creación, de la diversidad y del pluralismo, y no un ente portador de una visión particular. Estamos profundamente convencidos de que este nuevo Ministerio se crea para servir a Chile, a sus ciudadanos, comunidades y territorios.
Hemos trabajado con el convencimiento de que sin crecimiento económico, y sin niveles mínimos de bienestar compartido, un país no puede insertarse con éxito en el mundo, pero tampoco lo puede hacer si carece de alma, de expresión, o si no tiene nada que decir su espíritu, su poesía, su movimiento, su estética. Si no posee algo perdurable que lo identifique como aporte propio a una mejor humanidad. Sabemos que nuestro país lo tiene y lo ha tenido a lo largo de su historia.
En honor a esa herencia es que creemos que la nueva institucionalidad deberá estar atenta a que los Nicanores, los Pablos, los Claudios, los Robertos, los Raúles, los Elicuras, las Margot, las Gabrielas y las Violetas que hoy son niños y niñas, reciban todo el apoyo que requieran para desarrollarse al máximo.
Acabamos de celebrar con emoción los cien años de Violeta Parra, con una fiesta que coronó la promulgación de la ley 20.045 que crea el ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Y lo hicimos desde el palacio La Moneda, en un hito simbólico y masivo que representa lo que comienza a significar hoy el desarrollo cultural desde el Estado. En una relevancia que llegó para instalarse en el imaginario colectivo de una ciudadanía que quiere y sueña un Chile con más Culturas.
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